Vamos macho, hazte buen hombre

Por Víctor Hortel.

Tengo para mí que la Pandemia Mundial del Covid-19 declarada por la OMS nos lleva mucho de esfuerzo en todos los sentidos; lo que ha provocado que muchos temas importantes salgan de agenda, por la necesidad imperiosa de dar pronta respuesta a todes quienes –de uno u otro modo-, se encuentren afectados por la enfermedad.

Por ello, y tratando de salirme por un momento de la agenda Covid-19, me propongo continuar escribiendo sobre aspectos vinculados a la organización de pequeños o medianos espacios políticos cuya voluntad sea dar un salto de calidad, para mostrarse como fuerza política.

Pero, en esta oportunidad, lo hago desde un tema no tradicional para la organización política.

Entiendo sumamente necesario, que, a los efectos de su organización, en todo espacio o estructura política, se de la discusión política acerca de la participación de la mujer en igualdad de condiciones, tanto en el protagonismo político, como en el tema de la participación en lo toma de decisiones.

Pero para que ello ocurra, es preciso una discusión primaria acerca de dos cuestiones centrales: a) la cuestión de las nuevas masculinidades, y b) el fin de la violencia contra la mujer en general y de la violencia política en particular.

Claramente no pretendo escribir sobre feminismo, para ello hay grandes compañeras que lo hacen de modo brillante; lo que intento es llamar la atención sobre el tema, con algunas consideraciones que generen en los compañeros la actitud del cambio.

La propuesta es, repensar la construcción de identidad de género de los hombres en medio de los cambios políticos y sociales impulsados por el feminismo; y problematizar la masculinidad, entendiendo cómo opera el patriarcado en los hombres.

Para comenzar debemos empezar por lo obvio.

En tanto el sexo es la distinción biológica entre hembra y macho, donde se da importancia a la genitalidad; el género, es una construcción cultural sobre lo masculino y lo femenino, donde el juego de la cultura es primordial.

De una vez por todas debe entenderse que no es correcto afirmar que todas las personas de cada sexo se ajustan a la perfección en los estereotipos de género; sino que, por el contrario, en infinidad de ocasiones esa supuesta concordancia no se verifica.

A lo mejor, nuestra diminuta y escasa capacidad de entendimiento, no nos permita comprender que los cambios de las ideas sobre lo masculino y lo femenino son dinámicos en cada cultura o en cada sociedad.

Ahora bien, nada de esto debe confundirse con la identidad de género o la orientación sexual.

Por caso, los varones o mujeres con orientación homosexual no son en bloque más ni menos masculino o femenino que otra persona de su mismo sexo.

Lo mismo ocurre con las personas cuya percepción de sí mismas no coincide con su genitalidad.

Estamos formateados para ver siempre a dos: varón y mujer.

Si no ampliamos este lente, seremos incapaces para captar las complejidades actuales

Desde chicos, nos vendieron que el hombre debía responderé al estereotipo del “macho”; que el hombre era el ser racional y debíamos asegurar nuestro prestigio masculino.

De hecho, el hombre que no aceptaba el mandato social de ser “macho”, debía hacerse cargo de perder una serie de privilegios. Socialmente se lo condenaba de “poco hombre”.

En el caso de las mujeres, ellas no eran seres racionales sino emotivas, lo que autorizaba adjetivarlas de “locas”. Luego, debían cumplir a rajatablas el mandato de virginidad primero, y de maternidad después; siendo estigmatizadas fatalmente de “machonas” si osaban desafiar el mandato de ajustarse al estereotipo, que para ellas la cultura había preestablecido.

“Los hombres aprendemos a ser hombres. No nacemos machistas, aprendernos a reproducir patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad. Lo importante es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política”[i].

Nuestro compromiso social, debe comprometernos a trabajar en pos de resignificar y reinterpretar lo que implica ser mujer y hombre. Lo que Judith Butler llama performatividad.

Debemos romper con ese concepto de “habitus” de que habla Pierre Bourdieu, que lo describe como la relación entre las formas de actuar, pensar y sentir asociados a la posición social y cultural de los sujetos.

Desde el punto de vista del género, el “habitus” estaría conformado por una masculinidad hegemónica fundada en el machismo y en la superioridad de un género por sobre el otro.

Nos enseñaron que la masculinidad existe en oposición a lo femenino, y eso no es cierto.

No obstante ello, la masculinidad, en tanto construcción cultural, estaría referida más a una posición de poder respecto de otros, que a una condición biológica. De esta forma, y en opinión a ciertas teorías feministas, la masculinidad podría ser ejercida también por mujeres.

Bajo este punto de vista, el patriarcado, entendido como un proceso histórico y contingente, victimiza tanto a hombres como a mujeres. La imposición social de tener que parecer machos, duros, competitivos, falocéntricos, constituyen una forma de sumisión sistemática.

Mientras los varones no soltemos algunos privilegios, esa idea de que somos víctimas del patriarcado no va a poder ser asumida por nosotros.

El patriarcado no opera solo. Se trata de un proceso que se constituye de manera conjunta y simultánea con otros dispositivos de dominio. Está siempre actualizándose en las nuevas coyunturas y produciendo nuevas formas de expresarse. Por eso resulta de suma relevancia para los hombres y las mujeres feministas poder identificar los nuevos modos en que el patriarcado se hace espacio en todo orden de cosas.

El patriarcado se entronca con un sistema de dominio que tiene como base la economía capitalista, el racismo y el adultocentrismo.

Además, la construcción social del binarismo hombre/mujer da lugar a una serie de preceptos represivos conocidos como heteronormatividad, es decir, un conjunto de normas sociales que entraman una relación de poder y que reglamentan el género en términos binarios, normalizando las relaciones heterosexuales idealizadas como una forma connatural del ser humano.

Una nueva masculinidad, exige repensar el ser hombre en el patriarcado.

Veamos algunos datos promedio históricos (no actuales):

  • Horas de trabajo: hombres 48 / mujeres 52
  • Posesión Dinero: hombres 90% / mujeres 10%
  • Propiedad Tierra: hombres 99% / mujeres 1%
  • Pobreza: hombres 33% / mujer 67 %
  • Analfabetismo: hombres 30% / Mujeres 70%
  • Cargos Parlamentarios: hombres 83 % / mujeres 17%
  • Cargos Ministeriales: hombres 84 % / mujeres 16%

Algo debemos hacer con esto. Estos números suscriben la idea de inferioridad de la mujer, lo que supone ubicarlas en una situación de debilidad y vulnerabilidad.

¿Podemos deconstruir nuestra masculinidad patriarcal?

¿Podemos construir una masculinidad libre de violencia?

Así como no se necesita ser pobre para promover la inclusión social, tampoco se necesita ser mujer para defender los derechos del colectivo femenino. Ello fundamentalmente porque los gravísimos trastornos de la violencia contra las mujeres nos abarcan a todos.

Los varones debemos aprender para no seguir sosteniendo este sistema que las somete y subyuga.

Ahora repasemos algunos significados:

Machismo: teoría que proclama la inferioridad de la mujer.

Misoginia: odio contra la mujer.

Feminazismo: es la palabra utilizada por el machismo de ultra derecha para insultar a las personas feministas

El feminismo no es lo opuesto al machismo

El feminismo es una teoría de la igualdad

El machismo es una teoría de inferioridad.

Un primer paso es abandonar nuestra condición de privilegiados en la sociedad patriarcal.

Luego, los hombres no necesariamente debemos asumirnos como feministas, sino crear nuestra propia agenda despatriarcal y acompañar desde ahí al movimiento de las compañeras en sus demandas.

La construcción patriarcal de la masculinidad es algo muy real, que nos desguaza por dentro. Nos condiciona para rechazar las respuestas genuinas al dolor que nosotros mismos experimentamos y al dolor que sufren las personas de nuestro entorno.

Toda esa crueldad y resentimiento se encuentran arraigados en nuestra genuina y primigenia decisión de desplegar de la manera más concisa nuestra fortaleza, mientras abandonamos los poderes terapéuticos que conlleva asumir nuestra denominada vulnerabilidad.

Ahora, el cambio real sólo ocurrirá cuando los hombres aceptemos que la responsabilidad de la educación recae sobre nosotros y no sobre las mujeres.

El consejo a los hombres que genuinamente quieren aprender sobre feminismo es el siguiente. Debemos leer y escuchar las voces de las mujeres cuando ellas explican cómo se siente en la piel la misoginia y como esta funciona.

Nuestra sociedad ha abrazado completamente el concepto de que la relación entre virilidad y masculinidad es, de algún modo, fortuita y precaria, y se ha tatuado a fuego el mito de que los chicos habrán de convertirse en hombres…que los chicos en oposición a las chicas deben alcanzar la sagrada masculinidad. Fortaleza, valor, independencia, habilidad para proveer y proteger.

Se enseña a los chicos a ser competitivos, a centrarse en los logros externos, depender del intelecto, soportar el dolor físico y reprimir sus sentimientos de vulnerabilidad. (lo contrario es objeto de humillación, ridiculizaciones y avergonzarles).

Para el hombre mostrar el dolor personal es equivalente a haber fracasado como hombres.

Debemos superar nuestros obsoletos conceptos de masculinidad y nuestras consideraciones sobre lo que es ser un hombre. Debemos comenzar a ver a los hombres como realmente no son, sin necesidad de probar que lo son, para ellos o para el resto del mundo.

Se puede ser hombre, colaborativo, solidario, tierno y no hay que desarrollar el lado femenino de la masculinidad; sino que hay que desarrollar ese aspecto de la masculinidad que ancestralmente parece que tuvimos los seres humanos y que por esta revolución del patriarcado se instaló como una negación para los varones.

Debemos entender la necesidad de la nueva masculinidad, dado que el machismo es determinante del fenómeno de violencia de género.

Nuestras organizaciones deben ser motores de este cambio.

Luego, este proceso de deconstrucción machista al interior de la organización, redundara en un mejor espacio político, donde no sea necesario la aplicación de la Ley 26.485, modificada por la ley 27.533, que incorpora a la Violencia Política como otra de las manifestaciones de Violencia de Género.

La violencia contra las mujeres en política constituye un obstáculo que impide su plena participación en puestos de toma de decisión en diferentes espacios y refuerza roles tradicionales de género, socavando la calidad de la democracia, el desarrollo y el pleno disfrute de sus derechos humanos.

La ley modelo de violencia política de la Organización de Estados Americanos, en su artículo 3ro, define a la violencia política contra las mujeres como “cualquier acción, conducta u omisión, realizada de forma directa o a través de terceros que, basada en su género, cause daño o sufrimiento a una o varias mujeres, y que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de sus derechos políticos. La violencia política contra las mujeres puede incluir entre otras, violencia física, sexual, psicológica, moral, económica o simbólica”[ii].

Para nuestra ley, violencia política es aquella que se dirige a menoscabar, anular, impedir, obstaculizar o restringir la participación política de la mujer, vulnerando el derecho a una vida política libre de violencia y/o el derecho a participar en los asuntos públicos y políticos en condiciones de igualdad con los varones.[iii]

Luego define la violencia pública-política contra las mujeres, como aquella que, fundada en razones de género, mediando intimidación, hostigamiento, deshonra, descrédito, persecución, acoso y/o amenazas, impida o limite el desarrollo propio de la vida política o el acceso a derechos y deberes políticos, atentando contra la normativa vigente en materia de representación política de las mujeres, y/o desalentando o menoscabando el ejercicio político o la actividad política de las mujeres, pudiendo ocurrir en cualquier espacio de la vida pública y política, tales como instituciones estatales, recintos de votación, partidos políticos, organizaciones sociales, asociaciones sindicales, medios de comunicación, entre otros.[iv]

En este punto, es del caso recordar que, nuestra ley 26.485 con las modificaciones de la ley 27.533, entiende por violencia contra las mujeres toda conducta, por acción u omisión, basada en razones de género, que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, participación política, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes.

Agrega luego, que Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda conducta, acción, omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.

Debemos entender de una vez por todas, que feminismo no es odio al varón, sino entender que los varones debemos construir una nueva masculinidad, que asuma la realidad, no ser ajenos o pasivos, una masculinidad que se haga cargo.

Varones que entiendan que es necesario más feminismo para construir la igualdad con la mujer.

Varones seamos protagonistas de la igualdad y la equidad.

Como hombres de la política que pretendemos ser, es nuestra obligación, visibilizar y concientizar sobre la violencia contra las mujeres en política; y trabajar en la concientización y en la generación de condiciones habilitantes para el ejercicio de la política.

Construyamos organizaciones políticas libres de violencias

Construyamos organizaciones políticas libres de violencias contra compañeras.

Construyamos organizaciones políticas dignas de ser militadas.

 

 


[i] Klaudio Duarte, sociólogo, académico e investigador de la Universidad de Chile.
[ii] https://www.oas.org/es/cim/docs/ViolenciaPolitica-LeyModelo-ES.pdf
[iii] Art. 5° de la Ley 26.485 modificada por la Ley 27.533.
[iv] Art. 6° de la Ley 26.485 modificada por la Ley 27.533.