Una banda
Por Sebastián Ruíz
Antes de cumplir 12 años, ya había tenido mi primera casita, el autito y hasta trabajo. Eso ya lo tuve y hace banda.
La casa la construimos desde 0. Y digo construimos, porque la hice con mis amigos. Los materiales fueron donados por la calle misma: unas placas de durlock que encontramos por ahí, los clavos se los sacamos a unos pallet que habían sido descartados y la vereda de una fábrica abandonada hacía de terreno.
Nos mandamos tremendo monoambiente, con ñoba (un agujerito en la pared) y todo. Lástima que para 8 guachines era algo chico. Lástima, que eran esos veranos de 40 grados. Y más lástima fue casi morirnos intoxicados cuando, tras prender un espiral, nos dimos cuenta que al rancho le faltaban ventanas. Sacando eso, estaba tremendo.
Todo eso no contó como trabajo, porque no buscábamos incrementar nuestros escasos ingresos. Sí, contó, en cambio, como trabajo, el día que pintaron las ganas de jugar a la pelota y ninguno tenía una. 8 guachos y ni una bocha, pobres… pobres pibes. Así que decidimos salir a cartonear para juntar la tarasca y hacer la adquisición. Claro, éramos algo inexpertos. Es más, creo que fue mi primer trabajo. Arrancamos temprano: Juan aportó el changuito de las compras que se lo zarpó a la vieja. Empezamos a patear y ante cada cosa que encontrábamos salía la pregunta: “¿esto se vende?” Juntamos un montón de mercancía, que todavía teníamos que separar para llevar a vender pero ya era tarde. Había terminado la jornada laboral.
También tuvimos un autito. Sí, no teníamos registro, claro. ¡Qué irresponsables éramos! Era un Ford K. Tenía algunos faltantes, pero andaba. Y por “faltantes” me refiero a las puertas y el motor. Claro, lo habían abandonado frente a mi casa y de a poco lo fueron picoteando. Pero tenía lo básico: 4 ruedas, un volante y el motor, que tenía 6 pendejos de fuerza. Sí, de los 8, 6 empujaban, uno manejaba y otro iba media cuadra adelante viendo que en las esquinas no pasen personas ni autos porque no teníamos freno. Dimos un par de vueltas. Al otro día estaba igual, pero ya sin volante.
La casa la destruyeron los vecinos, por miedo a que se arme un asentamiento. Nada de lo que juntamos ese día en el laburo se podía vender. Y al auto, lo chocamos contra un poste de luz porque sin volante no se puede maniobrar.
Tuvimos el sueño promedio en nuestras manos.