Tiempos con penas y voces en el aire
Por Liliana Etlis.
Esa característica que solo algunxs agonizantes albergan en sus fibras, tenía identidad propia. Mis tiempos se entrecruzan. Los últimos suspiros de mi madre, eran similares al advenimiento de aquellos hondos lamentos de la patria en marzo del 76.
Escuché que pronunció con una voz tenue, no apagada sino vibrante, que deseaba vivir un tiempo más. Eso dijo que dijeron su voz que salía de una garganta que se despedía mientras pronunciaba la idea. Sí, se despedía de todos sus interiores inclusive los que desconocía. No sé si tenía temor a cruzar el océano del aire, pero sí sé que rememoré muchos momentos en poco tiempo con un nudo en mis cuerdas vocales. No podía llorar, se me había conformado una encrucijada en mis orillas parecidas a las que utilizan los pescadores cuando largan la red al mar. Quería decirle un montón de cosas, pero no podía elegir palabras porque sucede el mundo a otra velocidad, con tiempo desdoblado, por fracciones de segundos la lentitud frecuentaba imágenes y por milésimas la rapidez que precipitaba los hondos y abarrotados instantes donde no podía articular opiniones. Aparecían además en mi mente, escenas donde la historia era testigo de sucesos donde ella estaba siempre con la palabra muchas veces acalambrada y a la vez con ánimos de que cambiaran de color, porque no solo los objetos tienen tonalidades, las ideas también se acoplan a una determinada frecuencia, muy sujeta a los contenidos.
Mi madre era por momentos el pulso del país.
El gesto de su rostro reflejaba lo que estaba ocurriendo en los amaneceres de aquél 24 de marzo del 76. El día y el espanto habían atravesado el barrio, la ciudad, el país, luego los comunicados, las incertidumbres, los temores. Amanecí temprano para ir a la Facultad, ella estaba en situación de espera, inclinada casi encima del borde de la puerta desteñida de una de las piezas, un borde que lo tengo medio difuso porque por momentos estaba allí y en otros en el marco de la otra habitación, fue todo muy veloz donde rápidamente surgió el “no salgas de casa que está toda la gendarmería” y…… no podía comprender, era como que mi razón decía una cosa y la sensación otra, porque casi todxs los que activábamos políticamente sabíamos que el golpe se aproximaba y tenía un nombre: el día D. Vivía una mixtura con otros golpes de estado, una primera imagen que se me cruzaba entre mi afuera y mi adentro, fueron las botas que usaban las FFAA. Se sucedían rostros, sobrenombres, manos, lugares, dibujos que se me iban borrando del cuerpo, emociones sin nombre para pasar a guardarlos en dos cofres con piedritas de marfil dorado brillante, uno el del corazón y el otro, el de la mente.
Ella, que me esperaba con un pañuelo envolviendo sus cabellos oscuros en la puerta lateral de Tribunales, ya no está presente pero sí esos cofres con adornos de marfil donde había atesorado con mucho cuidado para que no desaparecieran y no quedaran naufragando, los recuerdos y la memoria. Así, el aroma del sonido de aquellas voces que quedaron en el aire apareciendo siempre en cada marzo otoñal, emitían mensajes con una frecuencia que resonaba y resuena en mi cuerpo bajo una reacción extraña, como si saliera de mi interior las voces del silencio. Rara sincronía.
Muchas familias pasamos situaciones difíciles, algunas sin escrituras, con las experiencias y vivencias dolorosas. Para muchxs éramos jóvenes antisociales, según algunos profesores reaccionarios, juntar firmas o ser delegadxs era tener además una tipificación psiquiátrica, éramos locas, guerrilleras y putas solo por desear libertad, soberanía, equidad y justicia.
Soñábamos con un mundo mejor y tantas otras verdades, pero nuestras “conductas” entraban a los manuales diagnósticos norteamericanos (DSM V) y europeos (CIE 11) solo por sentipensar y cuestionar el pensamiento hegemónico Y desear vivir en otra sociedad.
Muchas veces por fracciones de tiempo y espacio, vivo un déja vu.
Los años pasan y quedan esos cofres con adornos de marfil que siguen guardando voces de compañeros desaparecidos y asesinados siempre presentes.
Ahora y siempre.
Voces internas que salen del silencio:
A Jorgito mi primer amor. Presente!
Al negro Avellaneda. Presente!
Al negro Omar. Compañero de la secundaria. Presente!
A Rubén, mi amigo. Presente!
A Néstor mi profe de Física. Presente!
A Héctor de la secundaria. Presente!
A los hermanos Manci, vecinos hijos del amigo de mi papá. Presente!
Ahora y Siempre.
