Sensaciones

Por Liliana Etlis.

La habitación era amplia, muy amplia. Ingresaba la luz bajo la forma refractaria, el vidrio que la separaba entre el afuera y el adentro era esmirilizado, dejando atravesar la luz dispersándola en varias dimensiones.

El límite del cristal estaba en el material y no en el sitio que ocupara en el hogar de Norma, no poder observar la nitidez de los espacios, hacía que imaginara historias formadas por realidades internas y externas opacadas, desdibujadas por el aire.

Norma era una persona sorprendente, insegura en momentos de angustia, ansiosa cuando soñaba con erotizaciones, detallista con los objetos que la rodeaba ya que estos tenían la cualidad de tener un simbolismo relacionado a su historia.

Con sus frágiles años había encontrado una manera de ver el mundo a través del cristal, una mirada ahumada e imperfecta, caleidoscópica. No asomaba su mirada hacia algún punto fijo sino que sus propios ojos eran instrumento de captaciones iluminadas para poder recrear en su interior láminas de sensaciones superpuestas, como si su personalidad se estuviese moviendo continuamente y girando alrededor de lo traslúcido, encontrando la forma sutil de observar simplemente para internalizar historias que viajaban desde la ventana frente a su departamento y su cuerpo.

Con sus años tenía poca experiencia en estas impresiones que la vida le otorgaba pero lo que no deseaba era dejar su mirada hacia ese lugar extraño, esa ventana frente a su ventanal.

Norma imaginaba que vivían dos personas de diferente identificación sexual, nunca supo cuál pero eso no tenía importancia, la tenía si el cristal no dejara ver los cuerpos pero con ese acercamiento que sí podía distinguir, le permitía asombrarse ante las aproximaciones y alejamientos como si eclipsaran dentro de ese cuarto, múltiples estados del alma.

De esta forma fue construyendo durante el día la historia de los desandares infelices ya que podía percibir diferentes vibraciones, diferentes personas, diferentes estaturas en la escucha relacionada a voces en diferentes tonalidades.

Ese mediodía del día miércoles, día de amantes en la semana, dos cuerpos estaban confundidos en la universalidad del abrazo, ella tembló de emoción, imaginó unas manos suaves, bien cuidadas con cremas dermatológicas, de esas que sirven para ocultar el real paso del tiempo, acompañaba esta arquitectura un rostro de una mujer sin arrugas entrada en años, sugerente en seducciones directas. Las manos que Norma imaginaba a través de sus ojos que observaban a través del ventanal, esos cuerpos enceguecidos por la pasión que ella misma interpretaba como si fuese la lectura de un libro mágico, eran acompañadas por otras más endurecidas en la expresión del movimiento, otra piel curtida, callosa, que albergaba ternura y desamor al mismo tiempo.

Ella quedó asombrada ante la sensación de lo que percibía ya que le afectaba las emociones desde su interior.

Prefirió quedarse con esa sensación corpórea y continuar observando otros cuadros en el Museo de la avenida. Para Norma escucharse era a través de las obras de arte donde descubriría quién era realmente.