¿Saben qué les inoculan cuando reciben la “vacuna rusa”?
Por Christian Lamesa.
Hemos sido testigos en nuestro país, así como también en muchos otros lugares de occidente, del asombro y la desconfianza que numerosos políticos, mandatarios y comunicadores mostraron respecto de la vacuna rusa contra el Covid-19, Sputnik V, como si un desarrollo del país euroasiático en el campo científico en general o en la medicina, en particular, fuese como sostener que la República de Fiji es una potencia nuclear. Esta actitud puede deberse a la ignorancia, lo cual no deberíamos descartar, conociendo a algunos de los personajes que han pretendido descalificar la seriedad o eficacia del fármaco desarrollado por el Instituto Gamaleya. Sin embargo, es muy probable que se trate de opiniones afectadas por los intereses económicos y geopolíticos que se esconden (no muy bien, ya que se los puede ver claramente), detrás de los poderosos laboratorios de la industria farmacéutica norteamericana y europea, y de sus respectivos gobiernos.
Yo no soy virólogo, químico, ni médico, pero más allá de los componentes que contiene la vacuna rusa, lo que sí les puedo decir, como amante de la historia y la verdad, es que la Sputnik V es la continuación de casi trescientos años de una enorme tradición rusa en la búsqueda y desarrollo de vacunas en beneficio de la humanidad y en este artículo trataré de hacer una breve reseña de algunos de los principales hitos de esta rica historia, que algunos parecen desconocer o querer ocultar.
Esta línea de tiempo podría comenzar a trazarse en el año 1768, cuando la emperatriz de Rusia, Catalina II La Grande, invitó a presentarse en la corte, al médico inglés Thomas Dimsdale, quien había desarrollado un procedimiento llamado variolización, mediante el cual se generaba la inmunidad al virus de la Viruela, enfermedad que ha sido un verdadero flagelo a lo largo de la historia, con un índice de mortalidad del 30%, y los enfermos que lograban recuperarse, llevarían toda la vida las cicatrices causadas por la infección y los menos afortunados quedaban ciegos, como resultado de sus secuelas.
Ante el azote de esta epidemia, que había causado millones de muertes en toda Europa y en Rusia, la emperatriz se ofreció, junto a su hijo y heredero al trono, Pavel, para ser los primeros en someterse a este procedimiento y así ser un ejemplo para su pueblo. La práctica fue un éxito, logrando la inmunización de la soberana, su hijo y más de ciento cincuenta miembros de la corte imperial. Este procedimiento comenzó a realizarse de manera extendida por todo el país, treinta años antes de que se aplicara la primera vacuna en los Estados Unidos.
De este modo se convirtió en una tradición, el apoyo del Estado ruso a la lucha contra las enfermedades a través de la vacunación, tal como lo hizo el Zar Alejandro I, a principios del siglo XIX, con una campaña para expandir el uso de estos fármacos a lo largo del gigantesco imperio.
Por supuesto que este apoyo también se expresaba en el desarrollo del conocimiento de las ciencias, y en este campo Rusia se destacó con el trabajo de numerosos científicos brillantes, como Dmitri Ivanovski, quien en 1892, logró identificar por primera vez al agente causante de una enfermedad que afectaba al tabaco, el cual era infinitamente más pequeño que las bacterias, a las cuales se las podía observar a través de microscopios ópticos, mientras que estos agentes desconocidos eran invisibles aún bajo estos elementos, debido a su tamaño. A pesar de que recién décadas más tarde se podría comprobar la presencia de estos agentes infecciosos a través de la observación, gracias a los microscopios electrónicos, Ivanovski los denominó virus y de esta forma dio origen a la virología.
Otro de los más destacados hombres de la ciencia rusa fue Nikolái Fyódorovich Gamaleya, en cuyo honor fue nombrado el instituto donde se creó la vacuna Sputnik V. Este científico nacido en 1859 en Odessa, trabajo en Francia junto a Louis Pasteur, en sus investigaciones contra el letal virus de la rabia. A su regreso a la patria, Gamaleya creó el Instituto Bacteriológico de Odessa, siendo éste, el primero de su tipo en el Imperio Ruso, donde también instaló la segunda estación de vacunación antirrábica del mundo, en 1886. El científico ruso continuó con el trabajo que había hecho junto a Pasteur, en la lucha contra la rabia, la peste bovina, el cólera, la tuberculosis y el ántrax, entre otras enfermedades.
Nikolái Gamaleya tuvo una destacada labor en el combate contra un brote de peste en Odessa y el sur de Rusia, a comienzos del siglo XX. Favoreció la higiene y el saneamiento como factores determinantes para la salud, realizó más de trescientas publicaciones sobre bacteriología y estuvo a cargo de la organización, suministro y distribución de vacunas contra la viruela para el Ejército Rojo.
Gracias a su valioso trabajo, Gamaleya recibió numerosas distinciones, como la Orden de Lenin en dos oportunidades, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo y el Premio Stalin de 1943, además de ser miembro de la Academia de Ciencias Médicas y director de la Sociedad de Microbiología, Epidemiología e Infectología de la Unión Soviética. A su fallecimiento, en 1949, el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología, donde había trabajado gran parte de su vida, recibió su nombre.
A nivel estatal, luego de la revolución de 1917, no solo siguió el apoyo a las políticas sanitarias, sino que se las incrementó y se procuró su universalización. Así fue como en el año 1919, Vladímir Ilich Lenin emitió un decreto ordenando la realización de la primera campaña de vacunación universal y obligatoria en el mundo, contra la viruela, quedando esta enfermedad erradicada del extenso territorio soviético para 1936. Conseguir el mismo logro le tomaría al resto del mundo cincuenta años más, siendo esto posible, también gracias a la intervención de las autoridades sanitarias de Moscú, a través del viceministro de salud de la URSS, Víktor Zhdánov, quien le propuso a la Organización Mundial de la Salud, en el año 1958, un plan para la erradicación de la viruela a nivel global, objetivo alcanzado en 1980, habiendo contribuido la Unión Soviética con la donación de cuatrocientos millones de vacunas para los países sin recursos económicos, representando esta cifra casi el 14% de la población mundial de aquel entonces.
Además de la viruela, la ciencia soviética ayudó a eliminar los brotes periódicos de poliomielitis a nivel mundial. Esta enfermedad tenía un índice de letalidad superior al 30% y fue un verdadero flagelo para la humanidad, atacando especialmente a los niños.
El Estado soviético le brindó al médico Albert Sabin, la colaboración que no le estaban dando las autoridades norteamericanas para su investigación con una vacuna oral, la cual sería más económica y eficiente que la de Jonas Salk, siendo de este modo, más accesible para todos los países. Los científicos Mikhail Chumakov y Anatoly Smorodintsev viajaron a EEUU para colaborar con Sabin. De regreso en la URSS, el equipo de investigadores, al que se sumó Marina Voroshílova, esposa de Chumakov, pasó a la fase final, probando la vacuna oral de Sabin en grupos de niños, entre los que estaban los hijos de los científicos soviéticos. El resultado fue un éxito rotundo y en 1960, fueron vacunadas más de setenta y siete millones de personas, terminando en un año y medio con la epidemia de polio en la URSS y salvando millones de vidas en todo el mundo, aunque lamentablemente, como vuelve a suceder en la actualidad, hay quienes ponen por delante los prejuicios ideológicos y la política, a la salud de la gente. Así fue como en Japón, las autoridades se negaban a suministrar la vacuna soviética, siguiendo las directivas de Washington que privilegiaba su propia vacuna, la de Salk; debiendo cambiar de posición el gobierno del país asiático, después de que cientos de miles de mujeres japonesas comenzaran a protestar reclamando la fórmula de Sabin para sus hijos.
Muchos más acá en el tiempo, también fue en el Instituto Gamaleya de Rusia, donde se creó la vacuna contra el Ébola, una fiebre hemorrágica cuya tasa de mortalidad es del 90% y que azota con epidemias periódicas a diversas regiones de África. Posiblemente haya sido debido a la población a la que afecta este virus, que las grandes farmacéuticas no estuvieron interesadas en desarrollar un fármaco para esta enfermedad, y haya sido la ciencia rusa la primera en conseguir esta vacuna, siguiendo una larga tradición de logros en beneficio de la humanidad.
De este modo es que hoy nos encontramos, frente a la pandemia del Covid-19, ante dos modelos, uno de negocios encarnado por EEUU y la Unión Europea, cuyas empresas farmacéuticas, del mismo modo que sus gobiernos, consideran el acceso a la salud como una mercancía más, acaparando vacunas, incluso por encima de sus necesidades, en manos de los países más ricos, sin pensar en los demás. Por otro lado está la Federación Rusa, colaborando con la provisión de la vacuna Sputnik V, con países que, de otro modo tendrían que esperar quizás años para inmunizar a su población, llegando a brindar la posibilidad de la elaboración del fármaco en países como Serbia y el nuestro, tal como se anunció el pasado viernes 4 de junio.
De este modo, el contenido de la “vacuna rusa” es bastante más que una fórmula de inmunización contra el Covid-19, es el resultado de una tradición de siglos de lucha contra el sufrimiento que provocan las enfermedades y una muestra de la cooperación y la amistad entre los pueblos, siendo estos valores, los únicos que podrán conseguir que algún día, el mundo realmente sea un lugar mejor para todos.
Para finalizar, quiero citar al presidente Fernández al expresarle a su colega, Vladímir Putin que: “El pueblo y el gobierno argentino le estamos inmensamente agradecidos”, añadiendo: “Decimos en Argentina que los amigos se conocen en los momentos difíciles, y cuando pasamos un momento difícil, el gobierno de Rusia estuvo al lado de los argentinos ayudándonos a conseguir las vacunas que el mundo nos negaba”.
Siendo muy ciertas estas palabras, espero con confianza que nuestro gobierno demuestre en el terreno diplomático, que también es un verdadero amigo del pueblo ruso, ante los intentos de hostigamiento y acoso que sufre, por parte de EEUU y de varios países de la Unión Europea.