Puño de hierro con guante de crespón de China

Por Rafael Bielsa

Si alguien me preguntara “¿cambiará substancialmente algo, luego de que las curvas del COVID-19 empiecen a aplanarse?”, tendría dos respuestas alternativas, ambas condicionales:

  1. Si el “día siguiente” arrojará un resultado comparable al de la “gripe española” de 1918 (un brote del virus Influenza A del subtipo H1N1), o sea, alrededor de 50 millones de personas muertas (que equivalían al 3-6% de la población mundial de entonces), contestaría que el capitalismo, en esta fase, enfrentaría cambios dramáticos y rápidos, porque no está produciendo suficientes oportunidades para la mayoria de los ciudadanos, y crea una desigualdad social intolerable. Un amigo que vive en New York me cuenta que, según determinados estudios, el 60% de los trabajadores norteamericanos está perdiendo posiciones aceleradamente frente al 40% más rico, y que el porcentaje de jóvenes norteamericanos que gana más que sus padres (el 90% en 1970), bajó al 50%. El hambre le ganaría al miedo.
  2. Si, en cambio, las pérdidas en vidas humanas se asemejaran a las de la “gripe aviar” 2004/06 (una enfermedad infecciosa vírica y que afecta a las aves, aunque también a distintas especies de mamíferos, incluido el ser humano), esto es, algunos centenares o miles de personas muertas, más 150 millones de aves de corral, contestaría que el rumbo de dirección seguiría siendo el que fue hasta la aparición del coronavirus. El miedo le ganaría al hambre.
  3. Podría haber un tercer escenario, consistente en que no hubiera un “día siguiente”. Pero no me he especializado en teoría del caos, excepto por el hecho de vivir en Argentina. Habiendo dejado en claro, además, que esa rama de las matemáticas, la física y otras ciencias, que se ocupa de sistemas complejos y sistemas dinámicos no lineales (muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales), asume la imposibilidad de las predicciones a largo plazo.

Y precisamente la pandemia y su abordaje son los elementos que nos permiten reflexionar sobre el el rumbo que podría llegar a adquirir el mundo.

En noviembre de 2018, las autoridades reguladoras en Redes de Comunicación de China, impusieron a algunos de los mayores proveedores de aplicaciones del país (Alibaba, Baidu, Bytedance y Tencent) un nuevo conjunto de normas. En adelante, las empresas deberían almacenar un registro con información sobre las actividades de los usuarios que publicaban en blogs, microblogs, salas de chat, plataformas de vídeo cortas y webcasts.

Por entre los espesos remolinos formados por la riña comercial entre China y los Estados Unidos, el público occidental apenas si entrevió la espoleta de descontento que las regulaciones sobre vigilancia masiva habían activado en algunos sectores de la ciudadanía. Menos aún, el descontento remanente de las autoridades chinas respecto de la posibilidad que aún tenía la población respecto del acceso irrestricto de información disponible en Internet, así como sobre las ofertas de motores de búsqueda, proveedores de aplicaciones y compañías de contenido de redes. Para Occidente, las preocupaciones vinculadas con la seguridad de los datos y la privacidad son “cosa nuestra”, y hacerlas a un lado es parte del costo “de hacer negocios en China”. Los beneficios siempre son el driver del éxito.

Dentro del Imperio del Medio, el mercado de proveedores de servicios de Internet y de aplicaciones es tan atractivo, como para postergar por un tiempo sus (eventuales) pruritos en materia de protección de datos y cuestiones de seguridad. Beijing aprendió bien las leyes del Mercado, incluso en su formato “puño de hierro con guante de crespón de China de seda”.

A las preocupaciones ciudadanas, las autoridades respondieron con una creciente vigilancia sobre Internet, y el sector comercial, con años de espera (en 2016, el 71% de los chinos usaba algún dispositivo inteligente). Para el Estado, se trata de cuestiones de seguridad nacional y de conservación del orden civil. ¿Para la ciudadanía? ¿Cuándo el transcurso del tiempo fue un obstáculo comercial para ese país milenario?

Redes sociales, sitios web, plataformas mediáticas fueron cerrados por orden de la cyber administración, dado que o bien hacían trolling, o bien chantajeaban, o bien propalaban “opinión pública incorrecta”. Cualquier mención crítica a Xi Jinping o a las muertes de la plaza Tiananmen o a temas que podrían acarrear protestas masivas es borrado sumariamente por el gobierno.

Cuando Occidente conoció las políticas y sus implicaciones, la condena fue instantánea. “Legislación extremadamente draconiana”; “más que terrorífica”; “no sólo el gobierno quiere saber lo que haces en Internet, sino que quiere saber quién eres”; “las normas dan escalofríos en la espina dorsal”; “existe una política muy acendrada sobre conocer y controlar el acceso y el uso de información de sus ciudadanos”, son solo algunos ejemplos.

Pero el sector comercial del oeste (argumentando que sólo era en un sentido “exploratorio”), rápidamente se puso manos a la obra en el llamado “Project Dragonfly” (por ejemplo, Google). Se trataba de lanzar un motor de búsqueda para usuarios chinos de Internet, amistosa respecto del gobierno de la Nación. Confortable para admitir la censura, y desprejuiciada en materia de compromisos con la libertad de expresión y el respeto de la vida privada.

El goberno chino siguió su larga marcha. Lanzó las iniciativas “Golden Shield-Great Firewall”, un ensamble de algoritmos avanzados de vigilancia y sofisticados sistemas de inteligencia artificial destinados a Internet. Por un lado, se busca analizar las actividades en línea para medir las inclinaciones políticas, los comentarios relacionados, las funciones de chateo y los hábitos de consumidores. Por el otro, prevenir que los ciudadanos chinos usen otros sitios de Internet, como Google, Facebook, y el The New York Times, incluso a través de técnicas destinadas a burlar dichas barreras.

Unos meses antes de que China lanzara el paquete de normas (noviembre 2018), se desató el escándalo de Cambridge Analytica, compañía fundada en 2013 con el fin de usar el análisis de datos para desarrollar campañas para marcas y políticos que buscaban “cambiar el comportamiento de la audiencia”. Trabajó para que ganara el “exit” en Gran Bretaña, hizo estudios sobre cómo desestabilizar el gobierno argentino de Cristina Kirchner para “fondos buitre”, asesoró a Trump durante su campaña presidencial y al PRO en 2015.

Básicamente, Cambridge Analytica infería el perfil sicológico de cada votante sobre información de Facebook y el llamado “test de Kogan” (testeo de personalidad). Luego, no sólo enviaba información y propaganda personalizada sino que desarrollaba noticias falsas que luego replicaba a través de redes sociales, blogs y medios. Para un ex empleado de la ex empresa, “… si empiezas a deformar la percepción de los votantes sin su consentimiento o conocimiento, ésa es una violación básica de su autonomía para tomar decisiones libres, porque están votando en función de cosas que creen que son reales, pero no necesariamente lo son”. Las “cosas nuestras”, tales como la libertad de pensamiento, de expresión y de voluntad, las manejamos de esta manera, con estos “principios y valores”. No como en China.

Una cámara oculta del canal británico Channel 4 News, mostró que Cambridge Analytica no sólo usaba datos para influir campañas presidenciales, sino también tácticas tales como emplear a ex espías y prostitutas, para desacreditar candidatos. El entonces director general de la compañía, Mark Turnbull, fue filmado diciendo: “Lo hemos hecho en México, lo hemos hecho en Malasia y ahora nos estamos moviendo en Brasil, China, Australia”.

China enfrentó el coronavirus munida de todas las herramientas antes descriptas (y de algunas nuevas). Por ejemplo, en la Estación de Ferrocarril Este de Chengdu, cada persona que pasa por debajo del dintel de la entrada es registrada por un sensor infrarrojo que indica su temperatura corporal en la pantalla de un ordenador (scanners térmicos). Sólo allí, se les toma la tempertura a más de 50 mil personas por día.

Ya en febrero pasado, sistemas de reconocimiento facial y de nombres reales vinculados, servían para hacer el seguimiento de aquellas personas que potencialmente hubieran podido ser expuestas al virus, y así circunscribir la diseminación. En el caso de cuarentenas declaradas, más de 200 millones de cámaras de seguridad, algunas dotadas de sistemas de reconocimiento facial, auxiliaban al Estado a hacer el control del cumplimiento.

Otros modos usados para combatir la pandemia han sido (y son) el tracking del movimiento de las personas a través de sus celulares, y aplicaciones móbiles que permiten determinar quién estuvo con alguien contagiado o expuesto al contagio, de modo de actuar sanitariamente de manera directa y ágil.

Atender una pandemia es en parte una cuestión directamente vinculada con la capacidad de adquirir data. Manejar big-data, es aumentar dicha capacidad. Desde ya que después de ser usada dicha información personal, debería ser destruida. Pero sin una vida que vivir, queda poco para esperar que se destruya.

Estados Unidos, por su lado, vive otra deriva. Es el país más golpeado por el coronavirus, y Nueva York el epicentro. El aumento del número de muertos desbordó las morgues de la ciudad y obligó a las autoridades a disponer entierros en fosas comunes (Hart Island).

Una alerta reciente subraya que los medicamentos necesarios para trabajar con respiradores artificiales afrontan una próxima escasez potencial, ya que aumenta el número de pacientes graves y por tanto su demanda.

Basta con recurrir a un detector de vuelos mundial en tiempo real, para ver cuántos aviones cubren los cielos de Sudamérica, cuántos los de África, cuántos los de Europa y cuántos anegan los de los Estados Unidos, para saber lo que vendrá.

Otra pregunta frecuente es quién ganará la lucha por el predominio planetario entre China y los Estados Unidos.

China, como forma de gobierno, es un Estado socialista de partido único con economía de mercado. Los Estados Unidos, una república constitucional, presidencial y federal.

Los gobernantes chinos aprendieron la economía de Mercado y juegan el juego según las reglas. Los gobernantes norteamericanos no aprendieron la política china del mismo modo, y por lo tanto juegan el juego según sus propias reglas. Tienen un problema, porque no juegan solos.

Metafóricamente hablando, China supo políticamente mucho mejor qué hacer con la masacre de Tiananmen de 1989, que Estados Unidos con la debacle de las hipotecas subprime de 2008.