Periodismo y justicia. Verdad y estado de derecho.

Por Maximiliano Rusconi.

Hace años que los argentinos perdemos, día a día, calidad de vida. No me refiero, ahora, a los enormes problemas de supervivencia económica por los cuales atraviesa un gran sector de la comunidad y tampoco me refiero a al desmoralizador castigo pandémico.

De todos nuestros males, hoy me quiero referir al modo como la denominada “grieta”, ese monstruo grande y que pisa fuerte, se devora sin límite nuestros valores comunitarios más esenciales: la verdad y el estado de derecho.

Siempre hay excepciones contrafácticas, pero no podemos desconocer que, en los últimos años, hemos luchado y perdido contra la falta de verdad y del estado de derecho.

Sin lugar a ninguna duda habrá muchos responsables “omisivos” (como las universidades). Pero en tren de buscar los responsables “activos”, por lo menos en nuestro castigado país, los autores directos de este desastre, habrá que mirar fijo a muchos periodistas y muchos jueces que componen lo que llamamos periodismo y sistema judicial.

Los primeros son responsables de las noticias falsas, las medias verdades, las verdades tituladas con doble vara, las operaciones, las estigmatizaciones, la ignorancia sistematizada y aprovechada, el fomento de las mezquindades, el ocultamiento de los verdaderos problemas nacionales, el apoyo a los modelos de desigualdad, la simplificación del camino a los que más tienen y la obstaculización del sendero del que pretende provocar un cambio bien intencionado. Los segundos son a su vez los responsables de la destrucción de los principios esenciales para la vida en una república, la lesión de los derechos fundamentales, la desigualdad ante la ley, la utilización del encierro como arma de disciplinamiento social y político, la cobardía institucional para detener la violencia policial y de las fuerzas de seguridad, la protección de los grupos dominantes en perjuicio del trabajador vulnerable y el juego cínico a favor de un grupo de poder aún en trágicas condiciones de daño humanitario.

Cuando esto pasa, y más allá de la elección del lugar ideológico en el cual unas y otros deciden pararse, la única solución reside en acudir a la fortaleza del agrupamiento transversal de quienes siguen apostando a la dignidad social, a la maravillosa posibilidad de mirarnos a los ojos entre hermanos y al camino de refundación del estado de derecho.

Hay un instante mágico, siempre, en el cual nos damos cuenta que somos más aquellos que no estamos dispuestos a vivir en el desastre moral y que no vamos a tolerar desviar la vista ante las injusticias (más allá de que sea el otro u otra el que pague esa injusticia en su piel).

Cuando llega ese momento, nace la convicción de que todos debemos luchar por volver a la verdad y al estado de derecho. Esa es la lucha esencial, la que nos incluye a casi todos. Luchamos por el oxígeno republicano, luchamos por la base del modelo democrático, luchamos por cosas simples, pero esenciales. Lo más simple es lo más trascendente.