Libros quemados
Por Oscar Rodríguez.
“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”.
J.M. Moreno
Un pueblo educado nunca elegirá las cadenas. Por eso, la ignorancia siempre ha sido el mejor caldo de cultivo para destruir la república, la democracia y el pluralismo.
Los libros son transmisores de cultura, la preocupación de la clase dominante siempre fue mantener al pueblo lejos del acceso al conocimiento. Evitar que se pueda entender donde está concentrado el poder siempre fue una obsesión.
A principios de los años 50, Ray Bradbury escribió, Fahrenheit 451, el título del libro hace referencia a la temperatura a la cual arde el papel.
En este relato distópico, la obsesión de los líderes es quemar libros, para lograr un control absoluto de lo que debe aprender la población.
“No estaba prediciendo el futuro, estaba intentando prevenirlo”
Ray Bradbury
Está claro que la oscuridad en el conocimiento es la mejor aliada de los que manejan el mundo.
Las constantes interrupciones de gobiernos constitucionales en nuestro país desde 1930 llevaron a retrocesos en la construcción de una Argentina igualitaria.
De todas las dictaduras sufridas sin dudas la última fue la más sanguinaria. Entre las atrocidades que cometieron, una fue llevar adelante un plan sistemático de destrucción de libros.
Es probable que los militares que tuvieron siempre una apetencia por derrocar a los gobiernos democráticos no hayan leído Fahrenheit 451.
Sin embargo, la quema de libros parece inspirada en las páginas de Ray Bradbury. La intolerancia es la chispa que enciende las fogatas. A la censura, las torturas seguida de muerte, le sumaron el intento de acallar la historia, eliminar de raíz cualquier pensamiento contrario. Una metodología habitual en el pensamiento ideológico de la derecha.
Hace algunos años, visité el centro de detención clandestino Virrey Cevallos, mientras recorría el lugar, pensaba en aquello que quisieron acallar, hoy es un grito que ya nadie puede silenciar.
Es tiempo de contrastar ideologías, es tiempo de salir de la humareda en que siempre nos han sumergido.
Nadie duda que quien lee posee más herramientas para analizar críticamente la realidad.
Como bibliotecario, siempre estuve interesado en poder lograr un acceso igualitario a la información y al conocimiento, lo considero una función básica de la profesión.
Nuestra formación académica se promueve alejada de la participación política, aunque todos reconocemos el impacto político y social que posee el libro.
Está claro que los bibliotecarios somos los responsables de suministrar servicios de información e investigación, además de llevar adelante una verdadera democratización en el acceso al conocimiento. Nos toca la tarea de despejar el humo que nos han dejado las páginas quemadas.
Es por este motivo que el “proceso de reorganización nacional” atacó a las bibliotecas implementando un plan sistemático de quema de libros.
Victor Hugo, alguna vez dijo que las que conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, son las ideas.
Absolutamente cierto. Es por eso que siempre intentan que la ideología que no les resulta cómoda desaparezca.
Para poder contrastar ideologías, es sumamente importante que la información llegue sin manipulación. Para lograr este objetivo es necesario poseer bibliotecas y bibliotecarios comprometidos en acercar los bienes culturales a todos los sectores, especialmente a los más vulnerables de la sociedad.
Desde el comienzo de la escritura trataron que el conocimiento quede concentrado en pocas manos.
Los desastres bibliográficos que han sucedido en el mundo, en su gran mayoría han sido intencionados.
Los quemadores de libros no son gente inculta, por lo contrario, son individuos que tienen muy en claro su ideología.
El catálogo de los libros quemados nos da una precisión hacia donde apuntaban.
La Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, en el año 2001, llevó adelante un proyecto de investigación a cargo de Hernán Invernizzi y Judith Gociol sobre la censura y quema de libros que derivó en “Un golpe a los libros”.
En ese libro los autores, basados en la investigación que se apoya en gran cantidad de documentos confidenciales elaborados por el gobierno de facto, hacen mención que en esa época había orden de retirar de las bibliotecas municipales todos los libros que hicieran referencia al peronismo, como así también su ficha técnica.
El denominado operativo claridad no perseguía otro objetivo que concentrar en pocas manos a los medios de comunicación para planificar una política basada en la desinformación. Para lograrlo, también debían asestar un golpe a las bibliotecas.
Las bibliotecas que más sufrieron el acoso fueron las bibliotecas populares.
Todavía no hay un registro completo de cuántos bibliotecarios fueron asesinados o desaparecidos.
La ciudad de Bs. As. los últimos avances que realizó en las investigaciones sobre este tema fue en la gestión del Dr. Aníbal Ibarra.
Lamentablemente las sucesivas gestiones se desentendieron y consecuentemente iniciaron un proceso de vaciamiento de las bibliotecas de la ciudad.
La falta de profesionales bibliotecarios al frente de las mismas conllevan a que no haya una planificación sobre el objetivo de las bibliotecas.
No encausar su función en la necesidad de desarrollar valores en relación a la abundancia de información y desinformación que se le ofrece hoy a nuestra sociedad promoviendo actitudes de consumo selectivo de la información que permita realizar análisis crítico de los mensajes y la formación de un pensamiento propio en el individuo, es atentar contra el futuro de las bibliotecas.
La preocupación del GCABA, por el carácter estético, deriva en el vaciamiento de contenido tanto político como social de las mismas.
Está claro que estamos en una época en la cual la quema de libros se hace imposible, pero esto es suplantado por la desidia.
Es nulo el interés de la gestión de la ciudad, por posicionar a las bibliotecas como gestoras de información y conocimiento, es como que les suministren libros quemados.
Nadie se interesa y logran que el público comience a prescindir de ellas.
En este sentido retomaron desde el 2007 el camino iniciado por la junta militar en 1976, como si fueran parte del mismo plan sistemático de terminar con los libros.
En realidad es de esperar esta falta de interés ya que ideológicamente no difieren de aquellos que llevaron adelante semejantes atrocidades.
Libros quemados, bibliotecas abandonadas.