“Las brujas no existen (pero que las hay, las hay)”-dicho popular-
Por Liliana Etlis.
Adiran siempre recordaba esa frase que escuchaba en la casa de su infancia, palabras memoriosas grabadas en su cuerpo como un halo mágico.
Visitaba Navarra cada siete años, sitio donde habían nacido sus ancestros. Conocía las historias en torno a las Cuevas de las Brujas en Zugarramurdi. Sostenía el tiempo con su escucha: los relatos iban recorriendo los pulsos alargados a pesar de las sombras de la inquisición del S.XVII hasta las sombras de la inquisición del S.XXI.
Descubría, además, las beldades de esos aquelarres en sitios enriquecidos por montañas, bosques de pinos, castaños y un arroyo cristalino que formaban una cuna, donde los mitos y realidades no alcanzarían nunca a esfumarse, a pesar de las fragilidades y torbellinos vividos por los pocos habitantes de habla vascuence. La naturaleza mantuvo cavidades sobre los cantos rodados y arena, la atmósfera adecuada para anidar durante siglos, ecos y cantos de aquellas festividades paganas, sumando las primeras resonancias de la medicina popular.
Conocía las prácticas de las “brujas”, el uso de las antiguas cocinas y la acción de saber de buena tinta: brebajes con hierbas medicinales. Adiran, médico recibido con diplomas escrito en castellano y euskariana con la variante llamada procesal encadenada, típica del SXVI, sabía la historia enredada, donde la iglesia satanizaba la cultura popular. Su anhelo era siempre recurrir a la memoria y aclarar nuevas formas de observar el mundo, de habitarlo y transformarlo, conservando la utilización de rituales semejantes. Respetaba la sabiduría ancestral como inicio del cuidado entre personas.
La Iglesia y el Estado, tomando la santa inquisición como herramienta, decidió adentrarse en Zugarramurdi creando el terror incluso entre la gente que no practicaba la brujería. Falsos testimonios y pruebas fueron determinantes para juzgar a personas que vivían tranquilamente en estos pueblos. Las brujas quemadas en hogueras judiciales, dejaron cenizas que seguían existiendo, atesorando los aceites perfumados, resinas e incienso.
Es por ese motivo que cada siete años, ni uno más ni uno menos, Adiran ritualizaba una recuperación de sus ideas narradas de boca en boca, como pertenencia a una mitopraxis, un origen común a pesar del paso del tiempo. Hoy esperaba algún milagro sentado en una de las anchuras, él viajaba a través de los cuentos y verdades.
Las brujas seguían existiendo a pesar de la hoguera, desarrollando la espiritualidad íntimamente entrelazada con la búsqueda del placer, el cuidado y la salud, un pasado común e imaginario, ellas dejaron huellas en el aquelarre y en la medicina popular.
La iglesia condenó la transformación colectiva del siglo XVII, la mitología vasca o diferentes reflexiones sobre el planeta tierra. Naturaleza, historia y cultura atravesadas por La inquisición, acuso a más de 50 personas de brujería creando un gran trauma en el seno de la sociedad de este pueblo, que se convirtió en uno de los hechos históricos más importantes de toda Europa por ser acusados y condenados injustamente.
Con el tiempo, la realidad ha mutado en leyenda, la fusión de lo real e irreal ha superado a la historia Adiran secó sus lágrimas y siguió esperando el encuentro para la celebración nocturna y escribió con una tiza en las paredes de la roca más cercana: “Las brujas siguen viviendo”.
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Cuevas de Las brujas en Zugarramurdi, Navarra.