La violencia del consenso

Por Mariela Montiel.

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Ante tanto arrebato democrático, ante un periodismo tilingo y cipayo entregado a los grupos oligárquicos más espurios de nuestro país, necesariamente, por convicción y respeto a la profesión docente y al rol de comunicadora debo ser clara y honesta.

Esta semana el presidente Alberto Fernández se manifestó conforme con haber cumplido una promesa de campaña, aquella de legalizar el aborto en nuestro país. Claramente, una gran mayoría de nuestro pueblo comparte ese sentir. Sin embargo, estoy obligada a tener que decir lo que una parte importante de la militancia y la comunidad siente. Una ley no podrá poner fin a un patrón de poder tan complejo, como es el patriarcado. No sea obsecuente y no subestime al pueblo, querido presidente.

Para dar cierre a este tema (que no es el protagonista), del que hemos hablado hasta el cansancio, diré que, si realmente existe una decisión política de terminar con el patriarcado, como bien mencionó en su discurso de asunción el señor Fernández, lo que debemos hacer, es terminar con el patriarcado financiero que se impuso desde 1977 con Martínez de Hoz y que ningún funcionario ha tenido el valor de tocar. La Ley 21526 es la que institucionalizó el cipayaje en nuestra Nación. Nos ha dejado sin capacidad de dirigir nuestra política monetaria y productiva con fines justicialista. Pero, entiendo que no es fácil derogar, que hay que estar dispuesto a jugarse el cargo y la jubilación, hay que tener una mirada trascendental de la vida, hay que amar a la Patria por sobre las mezquindades sectoriales, hay que apoyar a los países hermanos que luchan por su liberación y alejarse de los que la impiden, hay que estar convencido que habrá un pueblo dispuesto a sostener con el cuerpo aquella liberación. Hay que tener capacidad de movilización, de conducción y credibilidad. Y esos elementos no los reúne Alberto Fernández. Muy a pesar del deseo de todos los argentinos.

Desde 1991, con el fin del comunismo, EEUU junto a la Unión Europea han sabido imponer el liberalismo como ideología, como estructura de valores propios y un nuevo modelo civilizacional. En nuestro país, si bien desde 1955 a nivel local se vive la política como peronistas y antiperonistas, no será hasta 1976 en que se destruya toda capacidad industrial, de independencia financiera y económica, se dolarice la vida e intenten destruir los valores de una comunidad organizada. Para ser más específica, se cambió la noción de Pueblo por la de sociedad, las libertades colectivas y soberanas por las libertades de minorías e individuales, las grandes causas y relatos nacionales y de la Patria Grande por la de la globalización, el internacionalismo, los DDHH, diversidades, géneros y ambientalismo.

Este recorrido histórico nos deja en claro dos cuestiones: que ningún cambio radical se logra con una única ley y que el consenso es “contacto directo” (en tiempos de pandemia) del status quo liberal.

Intentemos argumentar la idea de que el consenso en la política argentina nunca fue aliado del desarrollo económico y la paz social. Enumero algunos casos: 1930 primer golpe de estado en nuestro país a un gobierno elegido por el pueblo y que en general, apostaba al desarrollo industrial y la integración regional. 1945 el funcionario con mayor apoyo popular de la historia es obligado a renunciar y al retiro militar por darle un rol político y dignidad a los trabajadores. 1951, intento de golpe de estado a un presidente electo con más del 60% de los votos que conducía el primer programa político y económico antiimperialista de la Argentina. 1955 bombardeo a la Plaza de Mayo para asesinar al mismo presidente dejando un total de más de 350 civiles sin vida. 1976 inicio de la dictadura más cruenta de la historia nacional con 30 mil desaparecidos, más de 400 niños expropiados, innumerables inmuebles y riquezas arrebatadas. En general todos fueron llevados adelante en nombre de la Patria (liberal y oligarca) las libertades cívicas, individuales y de la moral occidental y cristiana. En todos estos hechos históricos, el pueblo y los peronistas han puesto la vida y la oligarquía las armas. ¿Es posible llegar a consensuar con esta gente?

La posmodernidad, con su relato totalizador, difuso y violento nos ha desdibujado al enemigo. Ya no es posible identificar “al imperialismo” hoy debemos hablar de oligarquías financieras internacionales y locales; es difícil encontrar “al dueño” de las empresas que especulan con los precios, estamos ante una avanzada de terratenientes, banqueros y políticos que negocian con el hambre de nuestros pibes sin importarles nada más que su bolsillo.

Curiosamente el enemigo contra el que se luchaba en los relatos anteriores ahora ha desaparecido como figura para dejar paso al “que piensa distinto”, es decir, un enemigo indetectable, que también hace difícil fijar un objetivo concreto hacia el que dirigir la frustración, el malestar  Esta transmutación que ha llevado del enemigo hacia “el que piensa distinto” es preocupante, porque mientras hubo un enemigo, hubo antagonismo, hubo unidad sin “sapos” de otro pozo. Ahora, la violencia del consenso hace que todos estemos del mismo lado. Provoca el falso relato de que es posible una Argentina para todos.

El consenso implica, entonces, posibilidad, complementariedad, hasta es posible hablar de negociaciones. Pero aquí y ahora la única verdad es la realidad y remito a las palabras del presidente (que ya han quedado desactualizadas)

“Más de 15 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria, en un país que es uno de los mayores productores de alimentos del mundo. Necesitamos que toda la Argentina unida le ponga un freno a esta catástrofe social, uno de cada dos niñas y niños es pobre en nuestro país. Sin pan no hay presente ni futuro, sin pan la vida solo se padece, sin pan no hay democracia y libertad”

Hablar de “inseguridad alimentaria” es no dejar ver al enemigo. La inseguridad remite a lo sensorial, lo emocional o psíquico. En nuestro país el hambre no es emocional, es real. No hay psicólogo que pueda sanar el hambre, debería ser la política y sus artistas los que identifiquen una redistribución injusta de las riquezas.

La violencia del consenso no está dando resultados. No lo ha dado históricamente. No se puede consensuar con el sector antinacional que pone al capital por sobre lo social. No es posible consensuar con quienes manejan el poder judicial, mediático y financiero y que están destruyendo al gobierno que asumió diciendo “nunca más a los sótanos de la democracia”