La lección irrepetible del 2020

Por Claudio Romero. Diputado por la Ciudad.

El año 2020 pasará a la historia de las naciones por los triunfos electorales presidenciales signados, destinados, a enfrentar no la administración de los países ni la conducción política de los pueblos, sino una avasalladora pandemia que deja un tendal de muertos en el mundo, la economía global destrozada y una enorme incertidumbre acerca del futuro.

Ganar una elección con esa perspectiva inesperada no fue el mejor premio a la trayectoria política ni el merecimiento largamente acariciado de las ambiciones personales y partidarias. Los Idus de marzo de este año no fueron celebrados, pero dejaron una velada paradoja: el ritual griego del chivo expiatorio, castigando a un viejo hasta dejarlo sin fuerzas, y expulsarlo luego de la ciudad para que muriera solo, se parece mucho al sacrificio de los viejos que murieron este año por el COVID 19.

América Latina tuvo la suerte de disponer de cierto tiempo para prepararse, viendo desde lejos como avanzaba el virus desde el Oriente, arrasando Europa y copando Occidente sin piedad. Una barrida que puso en jaque a un imperialismo chino donde se originó, y siguió por países de liderazgos relativamente fuertes y un gran ramo de nuevos gobernantes: diversos, heterogéneos, contradictorios, desfasados, y sobre todo débiles.

La mayoría de los países de América Latina y Centroamérica cambiaron sus signos políticos en el poder. El tablero de ajedrez enloqueció y sus piezas populistas saltaron fuera de él, se reemplazaron por otras más liberales o de centro; posteriormente éstas también cayeron reponiéndose las anteriores, pero con características menos radicales. La homogeneidad alcanzada en cierto momento con la Unasur se diluyó perdiendo reyes y reinas. La heterogeneidad posterior no alcanzó a modificar el tablero ni a instalar nuevas reglas.

En ese contexto se asentó el Coronavirus poniendo a prueba las capacidades de liderar el Gran Conflicto a jefes liberales y populistas, a marxistas moderados, guerrilleros incurables, derechistas abyectos, socialistas revolucionarios fuera de época. Todos, sin excepción, se abocaron después de tantos años de batallar con el poder “cuántas camas tenemos disponibles, cuántos respiradores, qué tratamiento puede ejercer de barrera, cuándo es la curva máxima, cómo se sale de esto”.

Todos estuvieron plantados frente al dilema: la vida o la economía. Los desalmados quisieron privilegiar las arcas a cambio del sacrificio de sus connacionales; los más sensibles eligieron la vida antes que la economía. En cualquiera de los dos casos, esta última será la segunda pandemia, si la de la hambruna no aparece primero.

Quedó en claro una verdad histórica: los sistemas de salud son deficitarios. Lo fueron siempre, aún después de atravesar pandemias anteriores. Pero a esta altura de los acontecimientos no se puede permitir que se ignore esa situación, ni se haga oídos sordos a los negociados de la ciencia médica y los laboratorios farmacológicos. Tienen que cambiar pues los pronósticos, señalan que el COVID 19 puede tener dos o más olas, y hay amenazas virales que no se han dado a conocer, pero se esperan.

La crisis sanitaria trajo tensiones políticas y sociales inevitables, y agudizó la incertidumbre económica del continente y el mundo. Las salidas de las cuarentenas parecieran dilatarse en varios países, y en algunos tuvieron que reinstalarlas por los aumentos exponenciales de los contagios y las muertes. La libertad, tan defendida por los seres humanos, debe sacrificarse y “quedarse en casa” si no quiere morir definitivamente.

La economía tendrá que reactivarse de alguna manera. Por el momento solo hay ensayos de reapertura en la producción, con la predisposición de retroceder en cuanto el virus dé señales de avance sobre las poblaciones llamadas a trabajar. De todos modos, el daño está hecho, las Pymes fueron las más perjudicadas con el “parate” de más de cincuenta días, y el tiempo que llevará volver a la acción.

Las amenazas de inflación, hiperinflación, defaults, recesión y despidos masivos, están en la vidriera. Los precios de las materias primas se desploman día a día en nuestro continente, no solo en los países exportadores de petróleo sino en aquellos que se afectarán por la caída de las demandas de sus exportaciones. Los que viven del turismo tendrán una recuperación demasiado lenta, a su pesar.

El desempleo, se prevé que caerá hasta un 10% en la región y la pobreza aumentará, quizás, hasta los 220 millones de personas. El sector informal se quedó ya sin ingresos y nunca tuvo reservas. La situación es realmente crítica. Los Estados se ven en la obligación de asignar partidas para alimentar a su propia población empobrecida, pero eso tiene un límite real, no deseado. Las medidas de protección al no pago de alquileres, al atraso en los salarios negros y blancos con subsidios o créditos a tasas cero sirven por un tiempo.

En Argentina, el liderazgo de tipo horizontal de Alberto Fernández acierta en la conducción de la crisis en base a un mecanismo imprescindible en estas situaciones: el consenso. Estudia, consulta, escucha a todos, se abre sin prejuicios con la oposición, y finalmente toma decisiones. Es un liderazgo sin estridencias, pero moderno, didáctico y cuidadoso.

Trato de imaginar qué hubiera pasado si las medidas en esta crisis hubieran estado en manos de la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y mis defensas psicológicas me dicen no lo haga. De todos modos, no incide aparentemente, y debe ser porque su naturaleza la aleja de los conflictos. Ella ejerce un liderazgo que elude los dramas.

Otros mandatarios, como Jair Bolsonaro de Brasil, buscan distinguirse desde la irracionalidad en el manejo de la crisis: no le importan los muertos. Nicolás Maduro de Venezuela no da datos sobre los efectos en su devastada nación. Rafael Ortega en Nicaragua, mucho menos, y siempre mentirá sobre la realidad. Sebastián Piñera de Chile tiende a aceptar la realidad y acepta las consecuencias por más graves que sean: retornó rápidamente a la cuarentena cuando la pandemia se le fue de las manos. Lenín Moreno en Ecuador no pudo tapar el sol con la mano cuando los cadáveres y la explosión del sistema sanitario que le dejó su antecesor se diseminaron por las calles.

Este año no habrá ninguna elección más en la región.

Este año tampoco tendremos una vacuna porque todo está en etapa de experimentación.

La dura lección de la naturaleza llevará más que un año lectivo.