La felicidad en un partido
Por Julián “Chula” Ruiz.
16 de agosto. Frío de aquellos tiempos en los 90′. Me despertó el ruido a lluvia sobre las chapas. Era mi cumpleaños y estaba ansioso. Me levanté y corrí a la cocina para que me sirvan la chocolatada y la tortafrita típica de mi abuela. Desafortunado cumpleaños que cayó justo el día que San Miguel jugaba la final contra Dock Sud por el ascenso a la B nacional y que claro, mi papá fue. Por este motivo era el único que no estaba esperando para saludarme.
Mentía con palabras diciendo que no esperaba regalos, pero como todo chico me vendía mi cara mentirosa deseando algún paquete escondido con algún juguetito.
Ligué algunas cosas, no recuerdo bien qué.
Vino un tío, me trajo una remerita (creo). Mi abuela me obsequió su chocolatada (ya lo dijé) y mi vieja un par de medias (me parece que no). Seguro mi cara ya estaba desfigurada de torcer el cogote mirando la puerta esperando que entre mi papá con algún regalo.

Se hacía la tarde y nada. Se fue el tío. Cayó la noche y la abuela se fue a dormir. Y justo antes de que me acuesten a mi, entró el señorito lo más campante. Olor a choripán y cigarrillos. La garganta destrozada de tanto gritar. Me clavó sus ojos colorados y me levantó al aire forzando la garganta y hasta la última cuerda vocal diciendo al fin lo que quería decir: “ascendimos”. y se largó a llorar. Yo también.
A horas de que Colón haya salido campeón y ver a su gente emocionada se me vinieron una banda de cosas a la cabeza y a romperme las pelotas.
Alguna vez escuché decir a Marcelo Bielsa que el fútbol es hermoso porque le da la chance a los chicos de ganarle a los grandes, y eso me quedó. Creo que Don Marcelo, prócer del deporte y genio de la vida, no estaba hablando del partido en sí, sino de lo que pasa con el público.
Voy a volver a Colón, esta vez en la final de la Sudamericana cuando un fanático no paraba de llorar escuchando a Los Palmeras. Dios, eso es emoción.
Ver lagrimear a un señor grande por un partido es raro, cómico y hasta trillado. Pero emocionante.
Yo no vi jugar al Diego, no tuve esa suerte. Lo miro cada dos por tres en YouTube y lo acompaño con documentales de su vida en Nápoles, bha, la vida de los napolitanos con Diego ahí. Y es justo eso, el pueblo chico ganándole a los forros, perdón, a los grandes. La empatía con ellos que me genera ver estos videos es gigante. Por que no quiero hablar del Maradona repudiado, yo estoy hablando del Maradona contexto.
Mencionale a un hincha de Almirante a Bazán Vera.
Decí “Gomito” en Mataderos. Andá y hablá del “Pulga” en Santa Fe. Esta gente le da esa alegría a los chicos. Pero no a los chicos de edad, a los chicos de recursos. Los que no tienen una mierda. A los que la felicidad les es esquiva y no tienen más que agarrarse de un partido de fútbol para sentir algo lindo en sus oscuridades. Y basta de llamarlos mediocres, cuando no tenés un choto algo que te genera una sonrisa ES ORO. La felicidad no se compra ni te la da la plata, pero seguro ayuda a generar momentos que se parecen mucho a ese sentimiento tan difícil de tener.
Un partido de fútbol puede no significar nada. Puede ser algo absurdo para algunos. Un sin sentido para otros. Pero para una millonada de personas un partido puede definir la felicidad instantánea como la de mi papá abrazándome en el día de cumpleaños regalándome su felicidad y compartiendo esa alegría que él creía que también era mía.
Hoy lo entiendo.