“Jony” Potter, la saga. Capítulo 4: “No sirvió de nada (¿?)”
Por Lucía Braggio.
“¿Qué significa ANTICIPAR?” me preguntó, finalmente, Jony después de varias largas charlas parecidas en las que hablábamos sobre sus semejantes reacciones.
Con el silencio de palabras en que me dejó esa “simple” pregunta, terminaba el capítulo 3 de esta humilde saga que intento hacer de él. Como resumió mi viejo en un mensaje de wasap que me envió después de leerlo, parecía que teníamos tres tareas por delante: 1) Entender qué era; 2) Advertir su utilidad; 3) Poner esa acción en práctica.
Durante las varias largas charlas parecidas, Jony reconocía que sus reacciones no eran “adecuadas”, entendía los riesgos y las consecuencias que tenían (para otres y para él), y comprendía que lo complicaban (porque no sólo no lograba su demanda inicial, sino que además como lo sancionaban, se quedaba sin “algo”). Y tenía muy en claro que si en otras futuras situaciones similares, él reaccionaba de la misma manera, los resultados volverían a repetirse.
A ver, para hacerla corta y sencilla… Jony sabía que bardeaba. Y aún sin entender qué significaba esa palabra rara que yo le repetía como una burra, intuitivamente, el tipo anticipaba… porque sabía muy bien lo que iba a pasar si volvía a revolear una silla… pero claro, todo esto en la charla cuando ya se la había mandado.
Volviendo a las tareas que la pregunta del millón de Jony nos trajo, el desafío –sin dudas– era que él pudiera llevar la anticipación al acto. Ahí, la pifié yo porque me había estado faltando un “enganche” entre la teoría y la práctica. Algo así como un consejo útil o un tip: “Si vos sabés que, si ante cualquier situación que no se resuelve como vos querés, revoleás una silla (o similar) te van a sancionar… Entonces, la próxima ahí, en ese instante en el que estás por agarrar la silla (si es antes, mejor) pará la pelota un toque, intentá bajar dos cambios, tratá de recordar todo esto que estamos pensando juntxs y recién después decidí si la revoleás o no”… (Mala mía que entendí lo que me había faltado recién cuando llegó su pregunta). En fin, el desafío, era lograr que lograra: “parar la pelota” y pensar antes de actuar (o revolear, o decir, o hacer).
Con Jony nos conocimos a fines de mayo de 2008 y en octubre de ese mismo año nos despedimos cuando se fue al Instituto Belgrano donde estaba Leo, su hermano mayor, a quien amaba y admiraba. Jony había pedido varias veces irse allá para estar con él. Luego de algunas negativas (ahí no revoleaba sillas, eh? fuimos mejorando!), su deseo se cumplió.
Ahí, privados de su s libertades, permanecieron juntos durante un tiempo.
Meses después, Leo salió y volvió al barrio.
A Jony lo mandaron a otra institución y luego a otra (siempre de rejas, claro). Y desde los lugares donde estuvo, me llamaba y charlábamos un buen rato y nos estallábamos de la risa al recordar “el revoleo de la silla” o ese día en que porque un compañero le ganó en un juego de cartas… bueno, mejor no sigo porque me empiezo a reír y no paro. Decía que charlábamos y me contaba de Brian, su primer hijo, y me preguntaba por mi gata y por mi familia y yo por la suya, y todas esas cosas que conversan las personas que se conocen y se quieren.
Pero un día llamó y, desarmado en lágrimas, me dijo: “me lo mataron a Leo”… y lo escuché contarme que no le permitieron ir a su velatorio ni a su entierro. Y transitamos su dolor, mientras –también– pesaba el encierro.
El tiempo pasó y al fin un día, también por teléfono, celebramos juntxs, a la distancia que no importa, su libertad.
Y otro día me llamó y me contó que había vuelto al barrio y que estaba con problemas.
Y otro día, después de escuchar ese mensaje que te “advierte” (para que tengas miedo y cortes porque capaz te está llamando un monstruo casi tan horrible y malo como un jefe de gobierno amarillo) que la llamada “proviene de un teléfono ubicado dentro de una unidad penitenciaria”, Jony (ese pibe que me había preguntado “¿qué significa anticipar?”) me dijo: “Yo pienso que vos vas a pensar que no sirvió de nada todo lo que hiciste por mí”.
Y otra vez, me dejó (y me deja) sin palabras. En silencio y pensando…
Con lo de “que no sirvió de nada…”, le pifió (esta vez él) fiero. Casi tanto como yo cuando le repetía tantas veces aquella palabra desconocida. (En faltas cometidas, hasta acá estamos a mano).
El punto está en la primera parte de su frase, en el “Yo pienso que vos vas a pensar”. Sí: pensó antes que yo por mí. Se adelantó a la jugada. Bueno, se equivocó (la pifió otra vez y voy ganando) en lo que pensó que yo iba pensar… pero anticipó!!!! Esta vez, pensó antes…
Quedará pendiente saber y pensar qué había pasado y por qué, para que estuviera de nuevo en un lugar de muchas rejas. Seguramente la pifió de nuevo y seguramente no la pudo pensar antes, esta vez. Yo conozco la historia y, por ahora, queda guardada en nuestras charlas.
Anticipar, de algún modo, es una estrategia. Y tener una estrategia siempre sirve… si te sirve… si podés.
Anticipar es un saber-hacer que se aprende, se ensaya, se pone a prueba. A veces sale bien, a veces la pifiás…
El problema es que, a veces, aunque sea útil y conveniente, anticipar no es una opción posible…
El problema está cuando no tenés (no te dieron, no te dan) la oportunidad ni el tiempo para aprender o para ejercitarlo efectivamente… cuando las condiciones reales de existencia, te privan hasta de intentarlo… cuando vivir “al día, como se puede y con lo que (no) hay”, te anulan la experiencia… cuando las necesidad básicas y urgentes no están resueltas y no hay chance para probar…
Porque para algunxs (lxs tantxs olvidadxs de siempre), anticipar no existe como posibilidad y pifiarla les sale más caro.
Con todo lo que hemos pensado juntxs y todo lo que me hace pensar al escribirlo:
¿Cómo que no sirvió de nada?