Infectadura, pico y Moro en la costa: ¡el virus muta en oposición!

Por Maximiliano Rusconi.

Esta semana volví loco al editor. Le cambié el tema de mi habitual columna como mil veces.

Él, como lo marca el estilo de un estimulador serial, siempre estaba dispuesto: “bien, me encanta…”, “ok. Cambias el palo, pero adelante…”, “¿te parece? ok. Es otra mirada”. Hasta que lo cansé: “tranquilo, cuando sepas me decís”. Ahí advertí que lo que en verdad querría decirme es: “Maxi, no te aguanto más…escribí de lo que quieras”.

Siempre me pasa que pongo las relaciones afectivas, de amigos y de las otras, a pruebas propias de las ordalías.

El lector me entenderá: esta semana el parque jurásico estuvo muy activo. Demasiado para mi gusto.

Comencemos por el principio.

La primera imagen me sorprendió, me tomó de sorpresa. El flamante Centro de Estudios para la Corrupción de la UBA, dirigido por el Dr. Carlos Balbín, quien supiera ser Procurador del Tesoro de la Nación durante el gobierno anterior y que luego y rápidamente renunciara sin describir minuciosamente a la comunidad las interesantes razones que lo motivaron a abandonar ese dichoso cargo, decidió invitar al ex Juez Brasilero Sergio Moro a dar una charla a través de alguna plataforma virtual, bajo el sugestivo título: “Combate contra la corrupción, democracia y estado de derecho”.

Quien haya seguido el accidentado camino institucional de Sergio Moro hubiera coincidido en afirmar que, sólo si se tratara de la “Cátedra Maquiavelo” para lo único que hubiera sido legítimo invitar a Moro, era, justamente para dar detalles de cómo se puede usar la justicia penal para interrumpir, lesionar y/o condicionar la voluntad del pueblo. Moro también hubiera sido muy útil y gráfico contando de qué modo se puede construir una figura con fugaz legitimidad popular a partir de sistemáticas lesiones al estado de derecho. En todo caso, Moro no representaba una autoridad académica que mereciera alguna invitación de la Facultad de Derecho de la UBA. Y mucho menos para hablar sobre aquello que pomposamente se anunciaba.

Ello generó, como era obvio, el repudio generalizado de los profesores de esa alta casa de estudios.

Frente al repudio, las “sólidas y coherentes” autoridades de la Facultad de Derecho des-invitaron al señor Moro.

Se buscó afirmar que se trató, en los críticos, de un acto de censura. Sin embargo, la decisión aparentemente autónoma de retirar la invitación, fue de las propias autoridades de la Facultad. Hubo sí una censura, fracasada: la de quienes hubieran querido que la crítica nunca saliera a la luz. Perdieron. No nos callaron. Pero, confieso, sigo preocupado.

 

Luego, arranqué defendiendo los trapos de algunas políticas públicas frente a miembros de mi entorno afectivo.

Tuve que contestar frases como las siguientes:

“Maxi, ¿cuando llega el pico?”. La pregunta me sorprendió. Sólo atiné a contestar con otra pregunta: “Pero, en verdad ¿vos querés que llegue el pico?” 

– “Mirá, yo lo que sé es que hablaban del pico y nunca llega…ahí la pifiaron”.

– “¡No!, no la pifiaron, trabajaron arduamente para evitar el pico. Aunque si el pico se ubica en el día anterior a que los casos empiecen a bajar, siempre un “pico” va a haber”.

– “Pero Maxi, justamente a eso me refiero, si pico igual iba a haber, ¿para qué hicimos esto de la cuarentena que postergó el pico y destruye la economía? 

Hoy la peluquera de mi madre la llamó para contarle que cerró luego de 40 años “.

– “Ok. La peluquera cerró por un virus que mata. Menos mal que siendo peluquera, sobrevivió a esta pandemia. Su actividad era de alto riesgo. La cuarentena le salvó la vida. Es así de duro. Hay que entender que hoy, todavía, hay personas que mueren”.

– “Pero siempre van a morir personas. La cuestión es el equilibrio: costo-beneficio.

Fijate qué sentido tiene esta cuarentena económicamente desastrosa, si, en definitiva, hoy día, sobran camas con respirador en la ciudad”.

– “Pero justamente, ¡lo último que queremos es que haya ocupación total de las camas con respirador! Sobran camas porque se hizo un enorme esfuerzo para retrasar cualquier eventual demanda global de asistencia –con un sistema de alta eficacia preventiva-.

Se buscó ir preparando al sistema sanitario (insisto: de un país pobre) para esa situación y que no exista ninguna crisis. 

Que no haya un pico tan vertical, que el aumento fuerte de los casos se vaya dilatando en el tiempo y que hoy sobren camas, no es parte del problema, es parte de la solución que han desarrollado las autoridades frente a la crisis”.

 

Yo no sé si he convencido a mi interlocutor. Todavía me quedaba ir a los números, a las estadísticas que sólo son importantes, según parece, cuándo los opositores pueden “disfrutar” con la sensibilidad diplomática de algún país o cuando pueden encontrar un error en las filminas. Es claro: quien más explica, más se expone al error. Quien nada explica, en nada se equivoca, salvo en el derecho que tiene la ciudadanía a “saber de qué se trata”.

No acudí al argumento frío de los números porque aquí no estamos en una contienda deportiva, pero con sólo elevar la mirada para ver lo que sucede en los países europeos, Brasil, USA, etc., alcanza y sobra.

 

Después entendí: muy cerca de mí entorno afectivo me estaban picando los balines de un grupo de “intelectuales” que habían dicho cosas como las siguientes:

que la primera reacción del gobierno argentino fue negar la existencia del problema pandémico; 

-que se desestimó el planteo de testear, rastrear y aislar casos;

-que se decretó una cuarentena en forma improvisada, sin presentar ningún plan;

-que se exhibieron logros parciales, al compararse erróneamente con otros países;

-que se mostraron con anticipación supuestos éxitos, cuando debería predominar la cautela y el realismo; 

-que la salud pública es una versión aggiornada de la “seguridad nacional”;

-que el gobierno encontró en la “infectadura” un eficaz relato legitimado en expertos; 

-que ha habido un desdén por el mundo productivo sin antecedentes;

-que la democracia está en peligro. 

 

Ahí me di cuenta, que lo de mi entorno era un chiste al lado del desastre ético, institucional, científico y moral que representaba esa nota de un conjunto amorfo de sujetos sólo unidos por el deseo irracional de volver a noviembre de 2019 y a un país que no tiene ningún lugar para los vulnerables, lo pobres, los adultos mayores, los presos, los niños, los que sufren.

¿Están estos señores verdaderamente dispuestos a sostener que en la Argentina se ha reaccionado tarde?, ¿son capaces de decir que el gobierno ha negado el problema?, ¿se van a animar a seguir afirmando que el gobierno y sus autoridades no ha dado seguimiento a los casos? ¿Serán tan audaces para seguir negando que los números de la tragedia, aún en ese contexto doloroso, muestran una destreza sublime para evitar daños que se han sucedido con crudeza en otros países? ¿Serán tan canallas de adjudicar las medidas de prevención y salud pública a un intento de volver a la tristemente célebre doctrina de la seguridad nacional? ¿Seguirán sosteniendo la verificable falsedad de que el gobierno ha pretendido mostrar un éxito anticipado e imprudente? ¿Cuántas veces han escuchado estos señores decir a las autoridades que nada está resuelto y que hay extremos de la operatividad del virus que se desconocen? ¿Pueden ser tan cínicos de ocultar que todas esas medidas se han tomado también por el Gobierno de la Ciudad que responde a un patrón ideológico que los firmantes admiran? ¿Serán tan cobardes de no decir si la crítica también se refiere a ese gobierno? ¿En serio creen que la comunidad va a creerles cuando dicen que el gobierno no tiene ningún plan? O, al contrario, ¿no se tratará de que hay tanta prudencia que semanalmente el plan es mantenido en partes y corregido en otras para ir sorteando las naturales incertidumbres? ¿Realmente pueden sostener la mentira de que el gobierno ha mostrado desdén por el mundo productivo mucho tiempo, o tendrán la hidalguía de reconocer que incluso en la máxima pobreza pública, en el marco de un endeudamiento tan infame como heredado, el gobierno se ha esforzado por apoyar como nunca a las empresas?

En todo caso, si hubiera, como parecen sugerir con poca claridad, realmente un plan b), ¿cuál es?, ¿lo podrán decir?, ¿en qué país se ha llevado a cabo?, ¿con qué resultados exitosos?

Pero, señor lector, me preocupa que, en un punto, sólo en un punto, estoy de acuerdo con ese listado de imprudentes. Tienen razón, es cierto: la democracia está en peligro.