Impuesto a las Grandes Fortunas y Ética de la Solidaridad

Por Ricardo Alfonsín.

La cuestión relativa al impuesto a las grandes fortunas, salvo excepciones, se ha venido analizando como si se tratara de una cuestión técnica. Y lo es, desde luego, pero no en primer término.  El asunto relativo a este impuesto, antes que técnico, es, por decirlo de alguna manera, un asunto filosófico. Al menos para quienes la política es la actividad que tiene por objeto ordenar la sociedad de manera justa.

La pregunta es la siguiente: ¿es justo o no, que, en estas circunstancias, se les pida a los titulares de las fortunas más grandes, un esfuerzo adicional al que habitualmente hacen, y por única vez, para intentar ahorrarles sufrimientos a los que se encuentran más desprotegidos?

A esta pregunta puede responderla cualquier ciudadano. No se necesita ser economista para ello. Todos poseemos la misma autoridad. Seamos o no economistas. Es que la pregunta sobre la justicia o injusticia del impuesto no puede sino fundarse en el conjunto de ideas, valores, principios, (y hasta intereses) que conforma lo que podríamos llamar el ideario social que tiene cada uno.

Recién después de que la sociedad, directa o indirectamente, se haya expresado, y si, además, como parece que ocurre hoy en el país, son mayoría los que opinan que el impuesto es justo, recién después digo, correspondería consultar a los técnicos para que manifiesten si es posible crearlo, y cómo, o si no lo es, y por qué.

El problema es que no hay solo una respuesta técnica. Sobre todo, en economía. Es normal que haya varias. Y además contradictorias. Es que esta disciplina está muy influida por elementos tales como los que mencionamos antes: ideas, valores, principios, intereses. Es decir, elementos que de técnicos no tienen nada.

No soy economista. Pero como algo de historia económica leo (cosa que parecen no hacer tanto algunos economistas), y como leo también noticias internacionales, quiero responder algunas cosas que se han dicho estos días con pretensiones técnicas. Y no se trata de opiniones, sino de hechos. Los hechos no son una opinión. Los hechos son, o no son. Veamos.

En un programa de TV dijo un economista de la oposición que este impuesto, en una situación de recesión como la nuestra, era una “locura técnica”. Aunque no exactamente en estos términos, eso fue lo que dijo. Y agregó que la prueba de ello es que no hay país en el mundo en que estén pensando en algo semejante.

Pues eso, además de qué en sí mismo no es un argumento, no es cierto. Propuestas de este tipo se están considerando en muchos de los países más desarrollados. Alcanza con leer lo que plantean partidos progresistas (llamo así a los que no solo aspiran a sociedades justas, sino a los que además descreen de la posibilidad de que ellas se logren espontáneamente, es decir sólo con el mercado). En E.E. U.U., en España, en Francia, en Alemania, y en otros países, esta “locura técnica” también se está discutiendo.

Por otra parte, y a propósito de lo que les decía antes respecto de que no todos los técnicos opinan igual, algunos economistas con pergaminos, que no tienen quienes aquí califican este impuesto de “locura técnica”, opinan exactamente lo contrario. Entre otros, Paul Krugman (premio Nobel), Joseph Stiglitz (premio Nobel), Thomas Piketty  probable premio Nobel).

Además, existe en los E.E. U.U., el llamado Foro Patriótico, integrado por multimillonarios, entre otros un ex director de Black Rock, que propone también grabar las grandes fortunas. En Alemania, un foro de características parecidas al anterior, propone lo mismo. El dueño de Facebook coincide con esto. Y siguen las firmas.

Y también la historia, es decir, la experiencia, no la teoría, nos enseña que un impuesto como el que analizamos, se aplicó en muchos países y con resultados muy positivos. En efecto, hay países que en momentos de grave recesión y severas crisis sociales, apelaron a esta “locura técnica”:  aumentos sustanciales de impuestos a los más ricos. Por ejemplo, después de la crisis del ‘30, E.E. U.U., en el New Deal. Y también entonces, los que se oponían, acusaban a Roosevelt de “recorrer el camino que llevaba a Moscú”. Lo mismo se hizo en la Europa devastada de posguerra. Y cómo decía, en ambos casos, las cosas salieron muy bien.

Me dicen algunos cuando me oyen citar estos ejemplos, que soy anacrónico. Tal vez crean que lo que ellos defienden es muy moderno. Si leyeran un poco de historia se darían cuenta de que habitan el siglo XIX.

Para terminar, por si alguna duda queda, estoy entre los que consideran que este impuesto, en las actuales circunstancias, me parece no solo justo, sino también necesario. Y puedo asegurarles que no me mueve ni el ánimo persecutorio, ni envidia de clase, ni nada por el estilo. Solo me mueve la ética de la solidaridad. Y la de las convicciones, que, en este caso, además, converge con la de la responsabilidad.