Heavy Metal Argentino, la clase del pueblo que no se rindió[1]

Por Ariel Panzini.

Si hablamos de la historia del heavy metal es difícil encontrar argumentos y posturas sólidas que permitan identificar en forma precisa un consenso en cuanto a su origen como género musical dentro de la cultura del rock.

Lo que sí intuimos por los documentos que a nuestros días llegan es que habría surgido a fines de la década del 60’ del siglo pasado, en principio, de la mano de Black Sabbath, en los suburbios de Birmingham, ciudad inglesa caracterizada por ser un fuerte polo fabril del imperialismo británico. Tanto su estética, como su componente social, se identificaron inicialmente con la clase trabajadora de ese país que, además de haber inventado las fábricas luego de la revolución industrial, ahora, creaban el estilo musical más fuerte y poderosos del rock and roll.

Sin embargo, la cuestión cambiaría con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, a comienzos de 1981, quién en el marco de la Guerra Fría, y a los efectos de imponer el naciente neoliberalismo a lo largo de todo el mundo, se propuso derrotar al comunismo en todos los frentes, entre ellos, el cultural, aspecto que jugaría un papel central para la legitimar sus intenciones, compartidas  con su socia Margaret Thatcher, en Inglaterra.

En tal sentido, el neoliberalismo previamente necesitaba vencer el estado de bienestar que se mostraba como un auténtico impedimento para los futuros planes del nuevo orden mundial globalizado, motivo por el cual la construcción de consensos ideológicos-culturales, moralmente aceptado por todos se tornó una prioridad. Es decir, no sólo se tenía que “convencer” a los países del bloque comunista de que la cultura del “American way of life” era un beneficio para el mundo moderno que se venía, sino también a los propios que veía con recelo las intervenciones militares en latitudes alejadas, dada la reciente poco grata experiencia de la guerra de Vietnam, particularmente entre los jóvenes que se lanzaban como nuevos actores sociales a partir del mayo francés, en 1968.

En definitiva, la “década de oro del heavy metal” transitó entre la ofensiva final del capitalismo contra el comunismo y las necesidades de imponer el neoliberalismo, es decir, en la derrota del estado de bienestar y el mundo comunista y, consecuentemente, cualquier espacio de resistencia o reivindicación de la clase trabajadora. En ese escenario, la penetración cultural en el mundo comunista tuvo lugar decididamente una vez instauradas las políticas de apertura de la glásnost impulsadas por Mijaíl Gorbachov, a partir de 1985, oportunidad en la cual el imperialismo norteamericano pudo llevar por completo su poderoso aparato propagandístico cultural, donde el heavy metal ocuparía un lugar protagónico.

Coca-Cola, Mc Donalds y Heavy Metal, fueron las “armas” elegidas por el gobierno norteamericano para comenzar la “operation liberty”, por supuesto, a instancia de los grandes beneficios económicos que sacaría el monopolio perteneciente al mundo de la industria del entretenimiento. Desde ya que el capital financiero, más allá de lo político, no se perdería el negocio que encima pagarían los soviéticos. En fin, la glásnost posibilitó que, por ejemplo, en abril de 1988, en el marco del Savage Amusement Tour, Scorpions se presente en la ciudad de Leningrado, en diez conciertos consecutivos, dando así inicio a la gira de su reciente disco homónimo, sumándose un total de 350.000 jóvenes soviéticos entre los asistentes. O, el histórico megafestival llamado “Monumental Metal in Moscow” (Moscow Music-Peace Festival), celebrado los días 12 y 13 de agosto de 1989, en el Estadio Lenín, donde se presentaron Bon Jovi, Ozzy Osbourne, Mötley Crue, Scorpions, Gorky Park (URSS), Cinderella y Skid Row. Pero el evento más significativo y, sin lugar a dudas, la patada final, fue el recordado Monsters of Rock “Moscow”, cita que tuvo lugar el 28 de septiembre de año 1991, meses antes de la caída de la URSS, donde se presentaron exclusivamente bandas de heavy metal, como Metallica, Pantera y AC/DC. Si bien la bandera de la URSS terminó arriándose del palacio del Kremlin, el 25 de diciembre de 1991, en verdad, el proceso había comenzado mucho antes con la penetración cultural del capitalismo en el estilo de vida de los soviéticos, proceso donde el heavy metal jugó un rol central en el contexto de los desarrollos políticos.

Ahora bien, así como no hay consenso a nivel general sobre los orígenes del heavy metal en el mundo, tampoco lo hay en el plano local. Las versiones que se ofrecen varían según la perspectiva del autor.

Con ánimo de poner armonía a ese debate que no refleja mucho interés en lo concreto, consideramos una buena fecha para tomar como punto de partida la recordada presentación de V8, en noviembre de 1982, en el festival organizado por la revista Pelo, BA ROCK 82 (Buenos Aires Rock). Al igual que en la escena internacional, el contexto del evento también estuvo determinado por la política del momento. La apertura al “rock nacional”, a partir de la Guerra de Malvinas, permitió que muchos eventos musicales de esta naturaleza se puedan volver a realizar sin inconvenientes desde el inicio de la dictadura, ya sea con auspicio directo de las autoridades militares o, cuanto menos, con su complaciente y conveniente silencio. El antecedente inmediato se había dado en plena guerra, cuando se celebró el triste “Festival de la Solidaridad Latinoamericana” (16 de mayo de 1982).

La “patria metalera” tiene presente las particularidades de la participación de V8 en ese evento hasta el día de hoy, donde a contramano de la postura oficial, la banda mostró clara insatisfacción a la idea complaciente del resto de sus colegas músicos. La revista Pelo, en su número 173, describía el evento como la gran convocatoria para que los músicos y el público mancomunados puedan ver una vez más participar de la gran fiesta de la música.” Como gritó V8 esa tarde, para el naciente heavy metal argentino, en esa argentina de 1982, donde las denuncias por las torturas y desapariciones cometidas por ese gobierno ilegitimo todavía en funciones ya eran noticia en todo el mundo, “no existe paz” que se pueda festejar. Las crónicas de la época emitidas por los pretendidos medios especializados en rock, como no podía ser de otra manera, destrozaron la actuación de V8. En tal sentido, la revista Expreso Imaginario, en su número 77, se preguntaba: ¿Para quién tocaba V8? En verdad, no había ninguna duda de para quienes estaba tocando V8: el pueblo trabajador de esa Argentina violentada por las espurias ambiciones de un puñado de corruptos que se habían perpetrado en el poder para posibilitar en el plano local el ingreso de aquel neoliberalismo que se estaba impulsado a nivel internacional, y encontraba en su fuerte clase trabajadora un auténtico escollo de resistencia. La disconformidad que manifestó V8 no era otra cosa que decir en el corazón de esa organización que la cosa no estaba para nada “todo bien”, como lo pretendía mostrar el establishment que rodeaba el evento. La clase trabajadora argentina tenía un representante que daría batalla en el plano cultural: el heavy metal argentino, el cual rápidamente se convirtió en la válvula de escape de los hijos de los obreros masacrados por las sucesivas dictaduras auspiciadas en nuestro país desde la embajada norteamericana a partir de 1955. Desde ese momento, no sólo salía a la luz el género más pesado del rock en su versión criolla, sino también una larga tradición que se hereda hasta la fecha: convertir la música en un espacio portavoz de los que no tienen voz, en este caso, la clase trabajadora argentina.

Esta tradición se replica hasta nuestros días, más allá de que su espacio no niega la herencia cultural de haber adoptado un estilo musical ajeno. Así como Grecia se nutrió de las bases culturales de Egipto y otros pueblos del Antiguo Oriente próximo, y le sumo cualidades propias que derivaron en un nuevo discurso que los caracterizó para toda la historia y conocemos como la cultura occidental, el heavy metal argentino, por ejemplo, al receptar los significantes artísticos del fundacional heavy metal internacional, también perfeccionó un discurso propio, el cual a su vez derivó en una identidad propia, y consecuentemente, su propia historia. En este sentido, su formación estuvo dada por un proceso basado en experiencias comunes (heredadas y compartidas) que evidencian en su discurso las demandas y las luchas de la clase trabajadora por alcanzar justicia social.

Según el autor E.P. Thompson, el proceso de formación de la clase trabajadora está determinado por: “…experiencias similares, pero no podemos formular ninguna ley. La conciencia de clase surge del mismo modo en sus distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma”. El discurso del heavy metal argentino que coincide con el discurso de la clase trabajadora, reformula dicha definición demostrando que la clase trabajadora no se forma en forma idéntica en distintos lugares y momentos, sino como el mismo autor expresa, en base a experiencias compartidas similares, es decir, es evidente que un obrero inglés no tiene las mismas experiencias que otro argentino, aunque ambos se encuentren sumergidos en relaciones de explotación capitalista. El contexto social, económico y político de ambas latitudes son infinitamente asimétricos, donde aquel obrero inglés no deja de ser parte de una estructura y superestructura general que le garantiza cierta estabilidad, cuestión que como sabemos no ocurre en naciones afectadas por la expoliación imperialista. Todo ello, se traduce en los significantes que sus propias culturas forjan, los cuales finalmente serán replicados en los discursos de las bandas de uno u otro lado del mundo.

La historia ha demostrado que los movimientos obreros del mundo no se mueven en forma simétrica, básicamente porque no tienen la misma experiencia compartida. Los antecedentes de China rompiendo con la URSS, o la misma URSS, invadiendo y reprimiendo a los obreros en Hungría, en 1956, son sólo algunos ejemplos de la falacia “internacionalista”. Pretender simplificar los hechos a categorías estancas sólo tiene validez en un debate teórico, pero en el plano real la cuestión se complica para justificar.

En fin, el heavy metal argentino creó sus banderas históricas en torno a las demandas y luchas de la clase trabajadora argentina, donde la justicia social tiene un lugar destacado. La formación del espacio tuvo lugar principalmente en la experiencia histórica desarrollada por el grupo, encontrando en los valores de esas demandas y luchas de la clase obrera argentina el catalizador necesario para construir su discurso dentro de la estructura musical. De esta manera, dichas experiencias colectivas se transformaron en identidad colectiva que representan a todos sus integrantes, ya sean músicos o público en general, más allá de las heterogeneidades estéticas lógicas de un ambiente cultural como es el heavy metal. Hermética, Malón, A.N.I.M.A.L, Almafuerte, Tren Loco, Rata Blanca, Horcas, Nepal y Lethal, son sólo algunos ejemplos de las bandas históricas que edificaron dicha tradición iniciada por V8, que hoy se replica en la actualidad con bandas posteriores, como Serpentor, Osamenta, Harpoon, Morthifera, Manifiesto, Arraigo, entre miles más de la escena under y emergente.

En el contexto actual, marcado por una nueva ofensiva del neoliberalismo sobre toda la región bajo la mecánica del lawfare, donde la podredumbre de los “sótanos de la democracia” y sus publicistas enquistados en los medios hegemónicos salen a la luz, el heavy metal argentino también fijo postura, y Arraigo ha sido una de las mejores bandas que pudo interpretar este momento histórico.

Así lo denuncia en el tema “Pide más yuta el Malón”: “Van reemplazando la historia por noticias/y los libros por los diarios/van construyendo imaginarios/Y así va circulando algo que todos dicen/y nadie puede explicarlo/Del que sufrió y hoy se olvida/del que no sufre y reacciona/quién por otros se rebela/quién sus razones traiciona”. En definitiva, el heavy metal argentino supo construir su identidad alrededor de la lucha del pueblo obrero argentino, convirtiéndose en un auténtico lugar de resistencia de los sectores populares.

 

 

 

[1] El presente artículo, es un resumen del libro: Panzini, Ariel, (2018); Heavy Metal Argentino, la clase del pueblo que no se rindió, Ed. Clara Beter Ediciones, Buenos Aires y otro pronto a editarse por la misma editorial.