Entre profetas y apóstoles

Por Alexander Sothmann.

En el último tiempo debido al contexto de la pandemia por el covid-19 han resurgido en el discurso diario valores como la solidaridad y el cuidado de los otros. La responsabilidad de nuestras acciones en el marco social, en el cual como indico Francisco “nadie se salva solo”.   En consecuencia, los dichos a favor del mérito individual fueron remplazados a favor de construir una comunidad que contenga los efectos de la pandemia. En el cual, el Estado recupera su rol articulador bajo la categoría de “esencial”.

Otro de los aspectos a destacar es la recuperación de la ética por encima de la política. En donde se destaca la acción mancomunada en torno a criterios comunes y no hay trincheras políticas de cada partido. Es decir, en la construcción de esta comunidad para hacer frente al a crisis vuelve a nosotros las palabras dichas hace 70 años: “El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo supraindividual del Estado, la ética culmina en la política”[1]

Los resultados de estas acciones resisten a la apelación de ser mero relato. Los números son claros y distintos, ya sea en cifras de muertos y en cifras de desempleo. También ante la pregunta de los ansiosos y alarmistas se responde desde una postura pedagógica con sentido común de primar la vida y la responsabilidad del acto de gobernar.

Sin embargo, últimamente vienen reapareciendo antiguas figuras y que hoy se presentan como “anti cuarentena” que desde el foquismo de las redes y los medios de comunicación logran tener visibilidad generando movimientos de reacción. Este fenómeno nos plantea la pregunta de ¿Por qué ante los buenos resultados tendemos a estas acciones?

La ética del resentimiento

Ante este resurgimiento de la primacía de la ética ante la crisis y los movimientos reaccionarios. Debemos retomar la postura de R. Kusch, quien ponía al resentimiento como actitud central de nuestra ética americana, afirmando, que: “En esto estará la raíz del resentimiento. Se nos afirman verdades y nosotros en secreto las negamos. Nos pasamos en la chincheria diciendo lo que habría que hacer, pero terminamos por rendirnos a las verdades colonizantes.”[2]

Un ejemplo actual es el aceptar los discursos liberales sobre la no intervención del Estado y el gasto público. Pero en secreto recibimos su ayuda como solución para enfrentar la crisis. Es decir, en secreto aceptamos el programa ATP y en secreto solicitamos la IFE, entre otras cosas a destacar. Esta es nuestra contradicción y nuestro desgarramiento ontológico entre nuestro estar y nuestro ser, dice R. Kusch. Ante nuestra ansiedad de “ser alguien” cedemos al disconformismo, a aceptar que “hay algo que nos impide ser totalmente un buen médico, o un matemático perfecto, o un profesor excelente, porque siempre hay la duda sobre la propia actividad.”[3] Esto se debe a que siempre tendemos a pensar que somos anteriores al ser de los otros y que debemos aceptarlo como afirmación dada. Aunque esta sea contraria a lo que sucede. En este caso, citamos ejemplos de otros países para criticar la cuarentena, cuando en comparación a estos estamos relativamente mejor.

Entonces ante esta situación existencial ¿por qué cedemos ante la reacción? Quizás la respuesta este en la figura del profeta. El cual fue citado por R. Kusch en su obra América profunda como los profetas del miedo, Jauretche como los profetas del odio y de la yapa, como también Nietzsche pensó en su Genealogía de la moral a los sacerdotes.

En su Genealogía de la moral Nietzsche también aborda el problema del resentimiento y ve en el sacerdote alguien que crea valores desde el resentimiento. El resentimiento de aquellos seres quienes le está prohibida la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria. Cuyo objetivo es introducir en la conciencia de los afortunados su propia miseria, toda miseria en general, para que estos empiecen a avergonzarse de su felicidad y que reconozcan en el otro al “bueno” o al “virtuoso”.  La diferencia central con R. Kusch seria que en este caso no hay una creación sino una simple imitación. Pero el efecto es el mismo, la alienación a ideas y valores ajenos.

Pero a diferencia de Nietzsche, la postura de R. Kusch es hacer filosofía desde el resentimiento: “es quizá, lo que al fin de cuentas hicieron los europeos. También ellos supieron del resentimiento de no ser nada más que europeos, y debían instalar ahí algo que les era negado, precisamente su secreto estilo de vida, su secreta política para poder decir en grande lo que eran y a donde iban.”[4] De este modo llegamos a ver los 2 aspectos de esta ética del resentimiento la crítica a la reacción planteada por Nietzsche y la crítica para la acción que plantea por R. Kusch como posibilidad ante el miedo o ansiedad de ser, desde el estar.

Los apóstoles

Ante este dilema de 2 caras, respecto al fenómeno del resentimiento en la ética americana, pareciera que no se pudiese encarar una postura ética, para hacer frente a estos ataques reaccionarios y no caer en el enfrentamiento que los retroalimenta, atrayendo a algún despistado a sus filas.

Quizás una posible solución para salir del enfrentamiento de dicotomías y recordar que solo las minorías odian[5] es continuar con el discurso basado en una ética popular que no se base en exponer una lista de cosas llamadas “buenas”, que se pueden hacer, y otras de cosas “malas “que no se puede hacer según especulaciones teóricas y ajenas a las practicas concretas y realistas. Por el contrario: “Nuestra ética enseña diariamente al hombre de pueblo como debe proceder para vivir con autenticidad, de acuerdo con la noble realidad que lo conforma y en concordancia con el derecho natural que lo protege.”[6]

Es decir, no ceder ante las provocaciones de aquellas “venganzas imaginarias” de los profetas que viven de las promesas que los otros hacen ante él. Buscando en el ideal ascético de renuncia para prometer una recompensa futura y llamarse a sí mismos lo merecedores del mérito o la virtud.

En esta predica aparece la figura del apóstol en contraposición a Nietzsche y su sacerdote.   El apóstol predica una idea o una doctrina ya realizada o la “buena nueva”, pero que debe difundir su mensaje. No viene a pedirte promesas, sino que desde su predicación y su resentimiento (en el sentido de Kusch como negatividad secreta a lo dado) busca la redención y el anuncio del tiempo de sacrifico y en nombre de qué hacerlo. Al revés de la renuncia ascética, el sacrificio[7] es una oportunidad y significa descender para asimilar lo negativo, la inmersión en lo residual de uno mismo para adherir raíces y luego afirmarse auténticamente.

Como conclusión a esta breve reflexión se visualiza esta figura que nos presenta una posible respuesta, para no ceder a las trampas de ser o aceptar profetas. Recordando: yo no digo enseñar la doctrina: digo inculcar la doctrina[8].

 

 

[1] Cita del discurso de Perón en el acto de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía en 1949.
[2] Cita de la obra de La negación del pensamiento popular de Rodolfo Kusch.
[3] Cita de la obra de La negación del pensamiento popular de Rodolfo Kusch.
[4]Cita de la obra de La negación del pensamiento popular de Rodolfo Kusch.
[5] Cita de Escuela Superior Peronista, Programa de Filosofía Peronista (1953)
[6]  Frase de completa de Jauretche “La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor.”
[7] Referencia a la obra de La negación del pensamiento popular de Rodolfo Kusch.
[8] Referencia a los apóstoles de la doctrina en Escuela Superior Peronista - Doctrina Peronista (1955)