En un país mental de esos que amarran tu alma al caer de una hoja

Por Nieves Viviani.


En un país mental de esos que amarran tu alma al caer de una hoja,

bailamos la fábula sin música de todos los cuerpos abrasados por el fuego.

La noche canta a lo profundo,

caen espigas como estrellas,

coronas de los dioses,

copas doradas, mientras vos

darías todo por saber en cuales tallos venga la noche a las Medusas,

los pensamientos de Tarkowski en Turujansk,

o cómo calmar la fiebre de los huesos de invierno.

Pero todo se vive aquí de un modo austero:

en el jardín de las flores amenazadas, florecimos a pesar

y ahora sembramos perros silenciosos en la tinta marchita de las horas

para que sus mandíbulas devoren sólo abismos, raíces, versos negros.

Ciertamente no entraremos por las mismas puertas,

la garganta cierra el paso,

el río cae a destiempo una vez más,

y yo sólo quiero danzar para tu cuello

y que la noche cubra un párpado tras otro

en la semiovillada tierra de la infancia

para que todo lo demás

no pueda sino quebrar sus uñas frente al viento

a contrasangre de todos los esbirros.

Los perros, al final, conocerán sus voces

y todo lo demás será agua dulce, tres piedras

y una sílaba: – No.

Por nosotras. Y el viento, el viento, el viento.

Cuando caiga, llegarán los coristas salvajes

y juntos beberemos la hiel amasada en la ceniza de los rostros como ahora,

cuando a mitad del festín nos avisan que arribó la peste,

pero no llegamos a cubrirnos y luego no nos importó

y comimos

y bebimos

y reímos

con la ceniza de nuestros hermanos pegadas en las caras,

en los cuerpos.

¿habrá música después? ¿nos mojará las horas, los pies, la casa grande?

¿habrá música después?

Al fin parlantes, los perros sacuden los restos de los siglos perdidos,

y con suave voluntad delatora arrojan a la hoguera

ojos y lenguas de los caminantes distraídos,

irremediables caen las hojas, el viento es un caballo ebrio

y la noche muestra su revés de muerte a muerte,

pervirtiendo la última semilla hasta apagar las lámparas.

De este lado, solitarias mueren parcas las estrellas y sus hijas

cuando la penitente mentirosa pide a gritos

la contraseña o el olvido.

Y eso es todo.

En un país mental de esos que amarran tu alma al caer de una hoja

bebo, bailo y lloro sobre la mesa del festín abandonada por los dioses.