El silencio no es mi idioma

Por Lucía Braggio

De algún modo, este espacio que me presta Identidad Colectiva para escribir, nació con y por esa frase.

Además de ser parte de un hermoso tema de Callejeros, esa frase estaba escrita en las banderas que exhibían, desde los techos, las personas privadas de su libertad en la Cárcel de Devoto, para reclamar y defender sus derechos (porque, mal que les pese a muchxs, los tienen), el viernes 24 de abril de este año.

Resulta que yo soy maestra y justo adentro de ese lugar con muchas rejas está la escuela primaria en la que trabajo. (Resulta que hace 12 años que trabajo en escuelas de nivel primario que funcionan en esos lugares). Y resulta que varios de los que estaban ahí, ese día en los techos, habían sido mis estudiantes y habría otros tantos que iban a serlo, pero el aislamiento social preventivo y obligatorio nos impidió el encuentro.

Después de lo ocurrido ese día y mientras la problemática se instalaba (de modos, por cierto, absolutamente polémicos, ignorantes y horrendos) en los diferentes medios masivos de desinformación, Identidad Colectiva ofreció y habilitó su espacio para que “otras voces” sean escuchadas (o leídas). Y, si bien nos costó unos días, con María –mi gran compamiga-  pudimos juntas, compartir las sensaciones y reflexiones que nos habían atravesado durante ese viernes de lucha. Y se publicó “Una escuela en ese lugar con muchas rejas”.

Después, ese/este espacio se transformó y se convirtió, para mí, en la posibilidad de que los estudiantes -con los que fui aprendiendo y construyendo en tantos años-, se hicieran “presentes” también de otros modos… quizás una forma de poner en palabras lo que extraño la/esa/mi escuela y la falta que me hace. Y surgió la idea de escribir y visibilizar “historias” de esxs olvidadxs de siempre y de quienes siempre se cuentan las mismas cosas. Y empecé escribiendo sobre Jony, un estudiante adolescente que conocí apenas comencé a trabajar por “todo lo tanto” que significa para mí, y por eso pensé que arrancaba por “la fácil”; en el camino me di cuenta que me costaba bastante y que llevaría varios capítulos (porque de él hay que hacer una novela), pero ya era tarde porque su “historia” estaba siendo contada… Y así fue: hubo 5 ediciones de Jony Potter.

Aquí están y veremos si este espacio nos encuentra para otras historias.

 

Capítulo 1

Jony, posta, ¿te parece?

Una tarde, allá por los primeros días de junio de 2008, la clase se desarrollaba tranquilamente. Yo estaba a cargo de uno de los ciclos de alfabetización y tenía 7 u 8 estudiantes (entre ellos Jony). Escribí una actividad de matemática en el pizarrón y les pedí que la copiaran en sus cuadernos para, luego, pensarla y resolverla juntxs.  Mientras los pibes transcribían la propuesta, me senté en uno de los pupitres a esperar que terminaran de hacerlo, al lado de Jony…  (Porque para mí –y porque ya sabía que– Jony ya era Jony…).

Los pupitres eran de esas sillas que tienen la mesita enganchada, ¿se entiende no?

En eso, el protagonista en cuestión le dice al operador que acompañaba la actividad educativa desde la puerta (siempre abierta) del aula, que quería ir al baño. Recuerdo que aquél le contestó: “Ahora no, tenés que esperar…”, pero no me acuerdo si agregó “hasta el recreo” o “porque está ocupado”. De todos modos –en función del desenlace que tuvo la situación– no importa esclarecer el motivo de la negativa.

Pocos minutos después, Jony reitera su demanda.

Y a partir de ahí, lo que sucedió, fue todo al mismo tiempo: mientras escuchaba la misma respuesta que el operador ya le había dado, y al dicho de “quiero ir al baño la xxx de tu xxxx”, Jony se levanta de su pupitre, lo toma con sus manos y lo lanza hacia la puerta del aula, donde se encontraba su interlocutor, quien alcanzó a salir y cerrarla.

El banco se estrelló contra la puerta y en el aula se hizo un silencio sepulcral (siempre difícil lograr en cualquier escuela) durante unos pocos segundos, hasta que los empleados de seguridad la abrieron y procedieron a “retirar” a Jony.

Es el día de hoy, que al recordar esta situación (y varias otras similares que tiene en su haber), nos reímos….

Por supuesto, no del riesgo que corrió el operador, y si lo hubiera lastimado, otra -o distinta- hubiera sido la historia.

Lo que nos provoca risa es recordar esas reacciones “desmedidas” que tenía y no poder creerlas, a la luz del Jony que fue siendo y es hoy.

Claro, ahora nos reímos. Pero por aquellos días de 2008, era un problema. Porque esas “reacciones” (entre otras tantas cuestiones que podríamos pensar) implicaban para él una “sanción” lo cual significaba que se quedaba sin poder venir a la escuela, sin poder asistir a un taller o salir al patio o cualquier otra privación extra a su privación de la libertad.

Al reencontrarnos, luego de alguna situación por el estilo (hubiera o no estado yo presente), y después de preguntarle incluso qué era lo que había ocurrido para escucharlo a él “explicar” la situación (que no justificaba su reacción), me encontraba preguntándole: “Jony, ¿posta?, ¿de verdad?, te parece?”.  Y de ahí en más, varias largas charlas parecidas, hasta que ocurrió uno de esos momentos mágicos en que te das cuenta que no entendés nada. Pero ese será otro capítulo de “Jony” Potter.

Porque Jony (él, su vida, su historia, sus experiencias, construcciones, preguntas, reflexiones, crecimientos) es una saga. Y yo sólo puedo contar, en capítulos, la novela que nos encontró.

Nos conocimos a fines de mayo de 2008, en la ESCUELA de un lugar con muchas rejas.

“Entramos juntos”, decimos siempre. Para ambxs era la primera vez en el “Rocca” (uno de los Centros de Régimen Cerrado para adolescentes infractores o presuntos infractores de la ley penal, que funcionan en la CABA).

Yo tenía 23 años, poco más de dos en el ejercicio de la docencia y empezaba a trabajar como maestra en la escuela que comenzaba a organizarse allí.

Él tenía 16 y ya había estado en el “San Martín” (otro de los Centros Cerrados para adolescentes de la CABA).

Yo entré y no me fui más…

Él, después de un largo tiempo, salió, y al poco tiempo volvió a “caer”. Luego de varios años, recuperó definitivamente su libertad y a pesar de las tantas y diversas dificultades que tuvo y tiene que atravesar, sostiene -firme y con seguridad- que “nunca más”.

Para terminar esta primera entrega:

El 23 de mayo de 2006 yo tomaba mi primer cargo como docente suplente, en una escuela en el barrio de Bajo Flores. Felices 14 años de ejercicio de la profesión, para mí.

A los veinte y pico de días del mes de mayo de 2008, conocía a Jony en el Rocca… y comenzaba (hasta el día de hoy) el ejercicio de mi profesión en escuelas en esos lugares con muchas rejas. 12 años de una decisión que cambió mi vida por completo.

A Jony: Nuestro vínculo no conoce de distancias ni en el encierro, ni en libertad ni en cuarentena. Te abrazo y celebro tus logros, Siempre. ¡Felices 12 años de tenernos y pensar!

A Jony y a todos y cada uno de los estudiantes -adolescentes, jóvenes y adultos- con quienes me he encontrado en la construcción cotidiana de las ESCUELAS que funcionan en lugares con muchas rejas en estos 12 años: (contrariada) gracias por todo lo compartido juntxs que me ayudó y ayuda a ser quien soy e intento ser.

(Aniversarios varios este mes… Ahora entiendo por qué, entre otros motivos –además, incluso, de los casi 60 días de aislamiento–, viene tan intenso este “fines de mayo” para mí…)

 

Capítulo 2

¿Quién es Jony?

Después de la primera tarde que compartimos, hace exactamente 12 años, me costó creer que ese “monstruo” del que hablaban los medios era (simplemente) ese adolescente (legalmente niño), respetuoso y tímido, aprendiendo a leer y escribir. Hoy sé bien que las imágenes que se construyen, mediática y socialmente, sobre las personas –de cualquier edad– privadas de su libertad, son muy distintas a las experiencias que cotidianamente compartimos con ellas en las escuelas de lugares con muchas rejas. Quizás porque la escuela –la EDUCACIÓN– tramita, habilita y propone otros, nuevos o diferentes modos de ser. Quizás, sencillamente, porque las personas no somos de una única manera siempre ni en todos los ámbitos de nuestra existencia… porque somos seres inacabadxs, en proceso de búsqueda permanente, tomando palabras del enorme y siempre vigente Paulo Freire.

Como sucede en la experiencia humana que encuentra personas para aprender y enseñar, con el correr de los días ayudándolo a leer una palabra o apoyando mi mano sobre la suya para dibujar una letra en cursiva o pensando alguna operación matemática, o jugando al básquet en los recreos (donde yo siempre perdía porque el deporte nunca fue lo mío y porque la altura no me ayuda), con Jony fuimos construyendo vínculo, necesariamente, atravesado por el cariño.

Y así, fui conociendo un montonazo de cosas hermosas en ese adolescente, pero, también empezaron a aparecer, esas reacciones (desmedidas) ante situaciones que, evidentemente, le provocaban enojo, bronca, ira o frustración pero que, al mismo tiempo, no ameritaban o justifican semejantes niveles de despliegue. Sin dudas, esas reacciones (y las “consecuencias” de las mismas y los riesgos en que ponía o podía poner a lxs otrxs), se instalaron como “lo que debíamos trabajar con él” y sobre lo que mantuvimos algunas largas conversaciones parecidas (hasta que llegó de su parte LA pregunta que me hizo entender que era yo la que no entendía nada).

Con Jony teníamos largas charlas por esas situaciones conflictivas, pero también porque sí.

Y desde hace 12 años, más o menos frecuentemente, las sostenemos… y no hubo ni hay vez en la que no me deje pensando/aprendiendo.

En la historia de vida de Jony como en la de la mayoría de los estudiantes con quienes compartí escuela en lugares con muchas rejas, cuando dedicas minutos de tardes durante años a escucharlas y conocerlas, aprendés que en ellas hay dolores, pérdidas, sufrimientos, carencias, ausencias, riesgos, abandono, hambre, pobreza, precariedad, injusticias, desigualdad, expulsiones, exclusiones…  Y que faltaron (o les negaron) derechos, cuidados, recursos (de todo tipo), proyectos, políticas públicas y oportunidades. ¿Con esto justifico o disculpo el delito que hayan cometido quienes sean (declarados por la justicia) efectivamente culpables? ¿Los vuelvo inocentes? ¿Considero que sirve para excusar a Jony por haber revoleado una silla cuando le negaron ir al baño? No, a las tres preguntas. Pero, sin dudas, conocer esas historias te obliga a preguntas y contradicciones. E indudablemente, confirman la mirada que decido poner sobre estos seres humanos, adentro y afuera del aula, y me afirman en la convicción de una intervención que sea condición de posibilidad para la transformación.

Si pienso ¿quién es Jony?, indudablemente, me resulta una pregunta difícil por TODO lo TANTO que es y significa para mí y lo complejas que se vuelven las palabras cuando de afectividad se trata… Sin embargo, para no seguir esquivándole al desafío, puedo decir que es un joven de 28 años que en la escuela me hacía enojar a veces y reír siempre; que estuvo privado de su libertad por dos delitos complejos; que “pagó con su libertad” todo lo que “debía”; que estando preso sufrió el homicidio de su hermano mayor (a quien adoraba y admiraba) por un ajuste de cuentas; que al salir laburó en lo que pudo, lo que encuentra y lo que venga porque está convencido de que, a pesar de todas las dificultades que tiene y tenga, a la cárcel “nunca más”; que la empresa en la que trabajaba decidió despedirlo a él y al resto de los trabajadores días antes del inicio del aislamiento social, preventivo y obligatorio; que es padres de 3 hermosxs niñxs que tuvo junto a B. (su compañera desde que lo conozco); que hace unos días me dijo con el ingreso familiar de emergencia iba a comprar carne y leche para sus hijxs, porque “nosotrxs (incluyendo a B.), con pan y mate cocido, nos arreglamos”; que vive en uno de los miles de barrios vulnerables (para no decir pobres) del conurbano bonaerense… Y un montón más que de a poco voy e iré procesando en palabras…

Nos conocimos a fines de mayo de 2008, en la escuela primaria del Centro Rocca, y nos despedimos en octubre de ese mismo año. Es el día de hoy que me cuesta entender cómo un vínculo tan fuerte, duradero y vigente haya surgido de compartir tan sólo 5 meses de escuela.

¿Será que la cantidad no entiende de intensidad?

¿Será que fue él (y no el coronavirus) quien comenzó a enseñarme (entre tantas otras cosas que aprendí con y de él) que los vínculos del cariño y el amor no saben de distancias físicas porque cuando se arman, se sostienen, resisten y se acomodan a las circunstancias, no admiten distancia alguna?…

La foto del primer grupo de adolescentes que tuve a cargo hace, exactamente, 12 años. A ellos y a todos y cada uno de los estudiantes con quienes he compartido aprendizajes en la escuela de los lugares con muchas rejas, les deseo, profundamente, que la vida los encuentre en un lugar más sano, feliz y –por, sobre todo– libre o que ese momento les llegue lo más pronto posible.

 

Capítulo 3

“Hasta que”… La pregunta del millón

Con todo lo que lo quiero, debo admitir que Jony era bravo cuando se enojaba.

Para quienes no hayan leído los capítulos 1 y 2 de esta humilde saga que intento hacer de él o para quienes lo hayan hecho, pero lo olvidaron, resumiré diciendo que Jony era un estudiante adolescente –circunstancialmente privado de su libertad– hermoso pero que solía reaccionar de manera desmedida ante situaciones que lo enojaban o frustraban.

Para ser más clara en esto de las situaciones-reacciones, me refiero por ejemplo a: revolearle un pupitre al operador que le dijo que no podía ir al baño (como relaté en el capítulo 1); pegarle a un compañero que le ganó en un juego; romper algún objeto cuando le negaban el acceso a un nuevo par de zapatillas; insultar al operador que le indicaba que “le tocaba” asistir a determinado taller y no al que él quería… En fin, situaciones que no se resolvían de la manera que él esperaba. Y sí, eso frustra a cualquiera; nos frustra a todes que las cosas no salgan como queremos… el (eterno) tema (o aprendizaje) es cómo reaccionamos y manifestamos nuestra incomodidad.

Las situaciones que traje como ejemplos no son similares, lo sé. Dejando de lado el riesgo físico que en algunas de estas escenas ponía a lxs otrxs, incluso podríamos debatir (no ahora) si era “justa” o no su demanda. Lo cierto es que, frente a todas ellas, Jony reaccionaba de maneras que no sólo no satisfacían su necesidad/interés inicial, sino que lo único que hacían (esas reacciones) era traerle más problemas, pues por ellas recibía alguna sanción que, la mayoría de las veces, lo dejaba sin poder hacer cosas (usar el teléfono, asistir a la escuela o talleres, salir al recreo o al patio, etc.).

Sin importar mis sentimientos (angustia, preocupación, enojo, etc.) antes sus reacciones, al (re)encontrarnos después de cada conflicto, con Jony siempre nos dábamos tiempo para una charla porque eso era lo que había que laburar con él. Y esas conversaciones eran más o menos parecidas “hasta que”.

Retomo el paradigmático caso de “el revoleo de la silla” pero la conversa aplica para los otros ejemplos haciendo pequeños cambios según las circunstancias del episodio (prueben, todos calzan):

Yo: ¿Qué pasó? (hubiera estado yo presente o no, siempre se lo preguntaba para escuchar su versión de lo acontecido)

ÉL: Me sancionaron

Yo: ¿Por qué?

Él: Porque le tiré una silla al operador… pero porque no me dejó ir al baño (se hacía cargo, pero medio que intentaba justificarse)

Yo: (Entendiendo y respetando su necesidad, interés o demanda) ¿Te parece, de verdad, que había que revolearle una silla porque te dijo que no podías ir al baño en el momento en que vos lo pediste? ¿Te parece que es una reacción acorde a la situación? (Incluso, en broma, le preguntaba si le parecía bien que las personas vayamos revoleando sillas por la vida ante cada “No” o “Ahora no”)

Él: No… Pero yo quería ir al baño (reitero, necesidad respetable)

Yo: ¿Y qué pasó después de que revoleaste la silla?

Él: Me sancionaron (generalmente, quedarse sin algo)

Yo: ¿Y Pudiste ir al baño después de revolear la silla? (para recuperar su interés/demanda inicial)

Él: No

Yo: Entonces no lograste lo que querías y encima te sumaste un problema, ¿no?

Él: Sí

Yo: Y si mañana te dicen que “NO” a algo que pedís y te enojás y revoleás una silla, ¿qué te parece que va a pasar?

Él: Y…. Me van a sancionar y me van a dejar sin teléfono o escuela o taller o patio… (o etc.)

Yo: ¿Y eso va a resolver lo que te enoje?

Él: -No

Yo: Entonces, Jony “anticipá” o “tenés que (tratar de) anticipar” o “si vos sabés lo que va a pasar X, anticipá”… (O similar)

Y Así…

Parecido…

“Hasta que”…

Un día…

Después de algunas varias largas charlas parecidas…

Me preguntó…

“¿Qué significa ANTICIPAR?”

Quizás porque quiero respetar el silencio desorientado en el que me dejó esa pregunta, esta vuelta no tengo mucho más para agregar.

Sólo decir que, si las charlas anteriores habían “fracasado” porque no habían modificado, en parte, las reacciones de Jony, la responsabilidad había sido absolutamente mía.

Y –para terminar– traer esa frase, quizás trillada, pero (al menos para mí) tan cierta que dice que lxs maestrxs aprendemos al “enseñar” (y agrego) o cuando nos damos cuenta de que creíamos estar “enseñando”.

Hace 12 años, con esa “simple” pregunta (que me dejó en silencio de palabras, pero en un murmullo de pensamientos) entendí que yo tenía un montón por aprender… y sigo.

(¿Así, de a poco, no se vuelve tan difícil entender TODO lo TODO y TANTO que es y me significa Jony, ¿no?)

 

Capítulo  4

No sirvió de nada (¿?)

“¿Qué significa ANTICIPAR?” me preguntó, finalmente,  Jony después de varias largas charlas parecidas en las que hablábamos sobre sus semejantes reacciones.

Con el silencio de palabras en que me dejó esa  “simple” pregunta, terminaba el capítulo 3 de esta humilde saga que intento hacer de él. Como resumió mi viejo en un mensaje de wasap que me envió después de leerlo, parecía que teníamos tres tareas por delante: 1) Entender qué era; 2) Advertir su utilidad; 3) Poner esa acción en práctica.

Durante las varias largas charlas parecidas, Jony reconocía que sus reacciones no eran “adecuadas”, entendía los riesgos y las consecuencias que tenían (para otres y para él), y comprendía que lo complicaban (porque no sólo no lograba su demanda inicial, sino que además como lo sancionaban, se quedaba sin “algo”). Y tenía muy en claro que si en otras futuras situaciones similares, él reaccionaba de la misma manera, los resultados volverían a repetirse.

A ver, para hacerla corta y sencilla… Jony sabía que bardeaba. Y aún sin entender qué significaba esa palabra rara que yo le repetía como una burra, intuitivamente, el tipo anticipaba… porque sabía muy bien lo que iba a pasar si volvía a revolear una silla… pero claro, todo esto en la charla cuando ya se la había mandado.

Volviendo a las tareas que la pregunta del millón de Jony nos trajo, el desafío –sin dudas– era que él pudiera llevar la anticipación al acto. Ahí, la pifié yo porque me había estado faltando un “enganche” entre la teoría y la práctica. Algo así como un consejo útil o un tip: “Si vos sabés que, si ante cualquier situación que no se resuelve como vos querés, revoleás una silla (o similar) te van a sancionar… Entonces, la próxima ahí, en ese instante en el que estás por agarrar la silla (si es antes, mejor) pará la pelota un toque, intentá bajar dos cambios, tratá de recordar todo esto que estamos pensando juntxs y recién después decidí si la revoleás o no”… (Mala mía que entendí lo que me había faltado recién cuando llegó su pregunta). En fin, el desafío, era lograr que lograra: “parar la pelota” y pensar antes de actuar (o revolear, o decir, o hacer).

Con Jony nos conocimos a fines de mayo de 2008 y en octubre de ese mismo año nos despedimos cuando se fue al Instituto Belgrano donde estaba Leo, su hermano mayor, a quien amaba y admiraba. Jony había pedido varias veces irse allá para estar con él. Luego de algunas negativas (¿ahí no revoleaba sillas, ¿eh?  fuimos mejorando!), su deseo se cumplió.

Ahí, privados de su s libertades, permanecieron juntos durante un tiempo.

Meses después, Leo salió y volvió al barrio.

A  Jony lo mandaron a otra institución y luego a otra (siempre de rejas, claro). Y desde los lugares donde estuvo, me llamaba y charlábamos un buen rato y nos estallábamos de la risa al recordar “el revoleo de la silla” o ese día en que porque un compañero le ganó en un juego de cartas… bueno, mejor no sigo porque me empiezo a reír y no paro. Decía que charlábamos y me contaba de Brian, su primer hijo, y me preguntaba por mi gata y por mi familia y yo por la suya, y todas esas cosas que conversan las personas que se conocen y se quieren.

Pero un día llamó y, desarmado en lágrimas, me dijo: “me lo mataron a Leo”… y lo escuché contarme que no le permitieron ir a su velatorio ni a su entierro. Y transitamos su dolor, mientras –también– pesaba el encierro.

El tiempo pasó y al fin un día, también por teléfono, celebramos juntxs, a la distancia que no importa, su libertad.

Y otro día me llamó y me contó que había vuelto al barrio y que estaba con problemas.

Y otro día, después de escuchar ese mensaje que te “advierte” (para que tengas miedo y cortes porque capaz te está llamando un monstruo casi tan horrible y malo como un jefe de gobierno amarillo) que la llamada “proviene de un teléfono ubicado dentro de una unidad penitenciaria”, Jony (ese pibe que me había preguntado “¿qué significa anticipar?”) me dijo: “Yo pienso que vos vas a pensar que no sirvió de nada todo lo que hiciste por mí”.

Y otra vez, me dejó (y me deja) sin palabras. En silencio y pensando…

Con lo de “que no sirvió de nada…”, le pifió (esta vez él) fiero. Casi tanto como yo cuando le repetía tantas veces aquella palabra desconocida. (En faltas cometidas, hasta acá estamos a mano).

El punto está en la primera parte de su frase, en el “Yo pienso que vos vas a pensar”. Sí: pensó antes que yo por mí. Se adelantó a la jugada. ¡Bueno, se equivocó (la pifió otra vez y voy ganando) en lo que pensó que yo iba pensar… pero anticipó!!!!  Esta vez, pensó antes…

Quedará pendiente saber y pensar qué había pasado y por qué, para que estuviera de nuevo en un lugar de muchas rejas. Seguramente la pifió de nuevo y seguramente no la pudo pensar antes, esta vez. Yo conozco la historia y, por ahora, queda guardada en nuestras charlas.

Anticipar, de algún modo, es una estrategia. Y tener una estrategia siempre sirve… si te sirve… si podés.

Anticipar es un saber-hacer que se aprende, se ensaya, se pone a prueba. A veces sale bien, a veces la pifiás…

El problema es que, a veces, aunque sea útil y conveniente, anticipar no es una opción posible…

El problema está cuando no tenés (no te dieron, no te dan) la oportunidad ni el tiempo para aprender o para ejercitarlo efectivamente… cuando las condiciones reales de existencia, te privan hasta de intentarlo… cuando vivir “al día, como se puede y con lo que (no) hay”, te anulan la experiencia… cuando las necesidad básicas y urgentes no están resueltas y no hay chance para probar…

Porque para algunxs (lxs tantxs olvidadxs de siempre), anticipar no existe como posibilidad y pifiarla les sale más caro.

Con todo lo que hemos pensado juntxs y todo lo que me hace pensar al escribirlo:

¿Cómo que no sirvió de nada?

 

Capítulo 5

“Lxs Jony”

Como he contado en el capítulo 4 de la saga de este muchachito, a poco de recuperar su libertad, Jony volvió al barrio, al que había vuelto Leo (su querido hermano mayor) y donde, en un “ajuste de cuentas”, lo habían matado. Al tiempo, Jony contó que estaba con problemas y un día llamó y entendí  que estaba de nuevo en un lugar con muchas rejas.

El pibito estaba, otra vez, privado de su libertad acusado de un delito tan o más complicado que el anterior (que se sumaba como “antecedente”). Y, nuevamente, juntxs, a la distancia que no importa, transitamos este nuevo encierro… compartimos el nacimiento (al que no le permitieron asistir) de su segunda hija y la llegada al mundo de mis sobrinxs; nos contamos cosas lindas y muchas que dolían; nos reímos y muchas veces también lloramos; intercambiamos preguntas, reflexiones, preocupaciones, miedos; pensamos mucho en “el afuera” y cómo sería (que de algún modo era “anticipar”). Nos alegramos cuando llegó su libertad pero nos inquietó bastante que estuviera condicionada a exigencias insólitamente difíciles de cumplir… Hasta que, por fin, pudimos celebrar tranquilxs que ya había cumplido todo lo que debía y era legal y oficialmente libre. Durante todo ese tiempo, más de una vez, colgué el teléfono con miedo… Y cuando pasaban algunos meses y no llamaba, pensé lo peor.

Pero bueno, ese capítulo estaba definitivamente cerrado en la vida de Jony. Y con la convicción de que nunca más, trabajó en lo que encontraba para sostener a su familia, que al tiempito se agrandó con la llegada de un tercer niño. Logró cierta estabilidad laboral en el rubro de la construcción y las charlas empezaron a girar en torno a sus hijxs, la escuela, lo caros que estaban los pañales, el aumento del precio en la leche y la carne, toda la plata que había que juntar para salir a pasear con tres niñxs en vacaciones… y todas cosas de las que suelen hablar (o quejarse) padres y madres.

Que fue poco el tiempo que compartimos en la escuela que nos encontró pero que no importa porque los vínculos del amor no entienden de cantidades sino de intensidad, ya lo dije… Y también ya dije lo difícil que me resulta poner en palabras “todo lo tanto” que significa Jony para mí. Para no seguir esquivándole y porque hoy esta saga termina, voy a intentarlo, recuperando algo de lo que fui aprendiendo con él…

Aprendí a comprender “revoleos de sillas”, reacciones desmedidas, errores, pifies… incluso delitos. Pero no por eso, defenderlos, justificarlos o perdonarlos.

Aprendí a juntar luces y sus sombras en el mismo ser a quien querés mucho, y que/porque todxs las tenemos, por más que nos enoje, nos cueste o nos duela asumirlo y por más oscuras que sean esas sombras…

Aprendí que “es corta la bocha”: las palabras difíciles no sirven y cuánto más sencillo lo digas, se entiende mejor.

Aprendí que aunque se entienda (que “anticipar es pensar antes”, por ejemplo), a veces no se puede porque no se pudo, porque urge la desigualdad.

Aprendí que a “pensar antes” se aprende siempre que existan las condiciones para hacerlo… y que cuando te privan de esa posibilidad, “pensar antes” no es una opción sino un privilegio…

Entendí que para muchxs, lxs olvidadxs de siempre, hay un Estado Penal antes que Social… porque es más sencillo sancionar la pifiada que garantizar el acceso a derechos (antes) para intentar evitar que se la manden…

Entendí que es más fácil encerrar para castigar (por más tiempo y a edades cada vez más tempranas) aunque no se sepa, ni se piense, ni se discuta para qué ni qué hacer con aquellxs a quienes se “selecciona” castigar encerrando.

Aprendí que el afuera puede ser, a veces, aún más difícil que el adentro… y que entre la omnipotencia y el no sirvió de nada es imprescindible construir redes colectivas de sostén para anticipar, enfrentar y transitar la libertad…

Ya he dicho que de este pibe hay que hacer un libro y que yo sólo pude construir capítulos de la novela que nos encontró. Jony es Jony y al mismo tiempo la mayoría de los pibes que conocí en las escuelas de los lugares de muchas rejas. Y está bueno, también, poder contar las historias de esxs tantxs Jonys que se hacinan en las cárceles sin distanciamiento social, en este espacio que me permite Identidad Colectiva.

Gracias por todo y por tanto Jony… Valió y vale la pena, siempre.