El silencio no es mi idioma: “Al premio, chocolate y a la herramienta, pico y pala”
Por Lucía Braggio.
Lxs más críticxs dicen que la cárcel y la escuela se parecen. Es cierto que ambas son instituciones modernas creadas para disciplinar a lxs suejtxs; que son parte de las “fuerzas” represivas que tiene el Estado para formar ciudadanía. Es cierto que tienen algo en común en sus orígenes.
Sin embrago, también es cierto que algunxs pensaron, escribieron y propusieron otros sentidos a la tarea de educar que la alejan de su forma original. Y entonces, a la luz de esos aportes, algunxs sostenemos que la escuela y la cárcel son instituciones con fines, propósitos, tareas y lógicas distintas, que tramitan experiencias diferentes (incluso opuestas).
Mientras sigamos postergando los debates pendientes sobre los lugares con muchas rejas (mientras existan), vamos con algo de lo que “no” y algunos posibles “sí” sobre la educación adentro de ese territorio:
No es un “premio” porque no es “algo” que se puede dar, si te portás bien y sos bueno, o sacar, si te portás mal y sos malo… No “cura” (porque no es un remedio) sencillamente porque quienes están adentro no están enfermxs… No salva, no redime porque no es una cuestión de fé… No es una “herramienta” que si se gasta o no resulta útil para lo que se pretenda que sirva, se reemplaza por otra. La educación/escuela (en la cárcel) no “sirve” (porque no es herramienta) para nada que tenga que ver con la cárcel (que generalmente son palabras que empiezan con “re”).
La educación (siempre y más aún) en la cárcel es un derecho humano universal de todos los seres humanos, sin distinción alguna y, por eso, debe ser garantizado. Y punto. Pero seguimos, porque eso ya lo dije alguna vez y no vale repetir (sólo lo recuerdo por si acaso se olvida).
La educación (siempre y más aún) en la cárcel implica desconfiar de legajos y expedientes que pretenden condenar de entrada. Descartar pronósticos (imposibles de verdades) que se imponen inmodificables. Abandonar estereotipos que intentan construir destinos inexorables. Rechazar etiquetas que insisten en decretar futuros predestinados. Inscribir dudas en devenires que quieren fijarse de antemano. Desarmar prejuicios que buscan ser certezas. Desechar antecedentes que cercenan. Descreer. Y (volver a) creer. Confiar. Habilitar la pregunta. Abrir el debate. Insistir en el debate. Salir a buscarlo. Sostenerlo. Argumentarlo. Militarlo. Desmentir “fracasos”. Componer un vínculo con una escuela (y una sociedad) que supo expulsarlxs. Contener emociones y abrazar dolores. Alojar frustraciones y desandar resistencias. Imaginar alternativas. Promoverlas. Proponer otros modos de pensarse y pensarnos. Descubrir(nos). Insistir, obstinadamente. Tejer lazos y (re)construir aprendizajes (siempre) juntxs…. Porque si no es colectivo y en red junto a otrxs, no es.
La educación (siempre y más aún en la cárcel) no cambia las condiciones reales de existencia, no resuelve las desigualdades, ni soluciona los problemas sociales. Sin embargo, indudablemente, saber y saber más (en el amplio sentido de esa palabra) nos permite posicionarnos en un lugar distinto –quizás mejor– para intentar disminuir las desventajas e injusticias que nos “toquen” atravesar.
La educación (siempre y más aún en la cárcel) es un derecho que abre el acceso a otros… es condición de posibilidad necesaria, pero no suficiente para lograr una sociedad más justa y con igualdad de oportunidades y derechos para todxs…. ¿Es lo que queremos, no?