El pueblo de Mapudungún
Por Liliana Etlis.
Aquel día comenzaba a tener las primeras fugas de ideas hacia las palabras invisibles. Sentía la necesidad orgánica de conocer cuando advertía un cosquilleo alrededor de mi pecho, era como que me sensibilizaba el tema y se expresaba corpóreamente.
Había letras sueltas colgadas en la copa de los árboles, anidando la espera de brotes verdes que germinaran, pero no alcanzaba mi estatura para enhebrarlas y formar palabras donde la coherencia entre prácticas y diferentes saberes tuviesen un lugar en el pueblo…hasta que descubrí que estuvieron anudadas allá por los tiempos donde la risa era fácil y las miradas brillaban.
Comencé entonces a formar vocabularios en mi imaginación y guardaba en un arca de cristal para que sean visibles las letras que iba anudando. Era una de mis reliquias, inventar palabras, recuperar otras milenarias, sentir el placer de compartirlas, huir de los conceptos armados o carentes del llamado de la voz hacia otros saberes, desparramar lo absurdo de la inexperiencia, sensibilizar cada trama con aroma a jazmín.
¿Cómo habían llegado a ser invisibles las palabras? ¿Por qué? ¿Quiénes se vieron beneficiados? Eso…quiénes!!!!
Era un entramado entre lo que se dice, lo que no se dice, las sensibilidades y la memoria. De esta manera los vivientes del pueblo Mapudungún comenzaron a ingerir como si alimentaran el alma, las letras, enhebrarlas dentro del cuerpo y cuando pasaban a otro estado, quedaron enganchadas en las copas de los árboles, libres para ser enhebradas desde la memoria en algún momento de la comunidad.
Pude percibir que había lugares donde lo viviente comenzaba a iluminarse entre piedras, pero otros, venían andando desde lugares donde cada sonido que provenía de cada palabra enunciada era gris, ambivalente, acomodaticio, disciplinado, ordenando letras, palabras, frases, ideas por fuera de la condición humana, apareciendo con furia matices petrificados sobre hojas blancas como las nubes, dejando marcas profundas, con cicatrices de dolor.
Aquel día de luces y sombras, comenzaron a llover sobre los cuerpos de los pobladores una final lluvia transparente hasta dejar mojadas sus pieles envueltas en compilación sagrada. Comenzó el inicio de la continuidad del saber, al disolverse con el agua estructuras dañinas que marcaban las diferentes formas del respirar en una sola, universal e inamovible para el diafragma. Esa que ahoga y no permite airearse desde adentro.
Y comenzaron a soñar liberando la memoria y visibilizando la historia para un buen vivir para no tragar más injusticia, a amucharse desde la mirada brillante y la risa espontánea y a apapachar entre los habitantes del pueblo de Mapudungún.
