El cofre
Por Liliana Etlis.
En un rincón de la habitación, ubicado en el estante, se hallaba un cofre semicubierto por un paño colorido trabajado en roble. A dos correas que lo cruzaban para facilitar su traslado se sumaban herrajes de metal en los laterales; mantenía la magia de lo añejo la parte posterior, donde se advertía la madera antigua maltratada por el tiempo.
Lo habían usado tres generaciones, la primera lo trajeron en un barco desde lugares lejanos.
Don Simón guardó primero manteles que había confeccionado su madre a mano, con bordes tejidos al crochet, bordados con hilos color blanco y arena. Luego su hija Berta lo utilizó para conservar fotos en sepia y cartas de amor que su amante había logrado acercarle sin que se enteraran los miembros de la familia, un amor prohibido. De esta relación nació la bella Candela. En su adolescencia el cofre tenía otra función particular, lo usaba para reunir voces que venían de lugares profanos y sagrados, reales y fantásticos. Recorría espacios donde habitaban palabras abiertas al mundo, con diversas formas de expresar verdades. Las voces entraban al cofre cuando estaba sin candado.
Cuando Candela salía a recorrer lugares donde se escuchaban diferentes vibraciones, generalmente los sábados por la tarde, levantaba la parte superior del *guardavoces* durante un tiempo prolongado, luego llegaba a su casa y, en un espacio cubierto de telas brillantes y luces tenues acompañada del silencio, acercaba sus oídos al arca y descifraba palabras en otros idiomas, suaves, también gritos, pedidos de justicia, onomatopeyas de amor, hasta reclamos de indultos y socorros enardecidos.
Las voces antes encerradas, formaban un sonido similar a los cantos gregorianos. Más reales eran las que sonaban a suspiros y liberaban un calor especial con una fragancia de libertad, eran las de la amorocidad.
La bella Candela sentipensaba, percibía un delgado entramado de nervios que liberaban un aroma ante la angustia cuando oía palabras sin sentido y otras que despertaban horizontes olvidados. En cambio, el encuentro con las voces amorosas tenía una especie de encanto natural y misterioso, vitales para su sensibilidad. La memoria era un lugar donde las utopías seguían siendo potentes sueños.
Ese sábado soleado llegó a construir un mensaje con las vibraciones vocales que estaban acurrucadas dentro del cofre. Juntó letras, palabras, ideas, sentidos y escribió en una hoja de papel seda y tinta china *Un mundo donde entren varios mundos*.
El cofre, que acunaba polifonías, fue cuidadosamente conservado a través del tiempo. Los hijos y nietos de Candela privilegiaban la urgencia, buscaban sentido y siguieron formando mensajes con las voces que salían del mismo cofre abierto.
Para seguir respirando vida, acunaban los gritos de tristeza y seguían armando futuro. Nunca más encerraron voces.
