El cielo estrellado

Por Gustavo Morato.

El siglo XIX parió en Francia a un pensador, poeta y revolucionario, halagado y criticado por Carlos Marx que se llamó Augusto Blanqui.

Se puede decir de Blanqui que fue el Mandela del siglo XIX: pasó la mayor parte de su vida en prisión.Participó de la revolución del 1830 y la del 48 y pese a estar preso fue uno de los organizadores de la Comuna de París.
Nos cuenta Eduardo Rinesi que Blanqui sostenía que desde hace miles de años, todos los hombres varones y mujeres, letrados e iletrados, ricos y pobres, cuando miramos el paisaje del cielo estrellado, sospechamos que hay un mensaje cifrado para nosotros en ese paisaje.

Y hace miles de años los hombres varones y mujeres letrados e iletrados, ricos y pobres, venimos fracasando en descifrar cuál es el significado del paisaje de ese cielo estrellado.

Estamos entonces  unidos como hombres en  la ignorancia radical del significado mismo de nuestra existencia.
Si  a todos por igual nos une está profunda ignorancia,  ¿no debería unirnos también la posibilidad de participar en el banquete de la vida?
O es que acaso los llamados débiles, los catalogados como  no  tan capaces, los que no se animan a pisar a otros para llegar primero,  los que no quieren vivir en una competencia permanente con los demás, los poca cosa,  los señalados como  simplemente mediocres,  los que no llevan la iniciativa,  los melancólicos, los que  son brillantes nada más que  jugando en el potrero del barrio, los que encuentran  su mayor placer en  juntarse a charlar con sus amigos. Todos ellos y muchos más,  digo: ¿Acaso  no merecen participar de alguna manera en este festejo que se nos otorga  por única vez, que es la vida?
Para escándalo de muchos nos definimos como radicalmente humanistas.
Alentamos el esfuerzo del cada quien y de cómo pueda. Repudiamos las exigencias sacrificiales. Siempre, los que exigen sacrificios, tienden a que lo hagan otros y ellos
puedan mantener su goce.

La libertad de Mercado es una falsa libertad. Nadie puede elegir entre comer y no comer, curarse o no curarse, entre poder estudiar y no poder estudiar.
Los derechos teóricos que tienen todos los hombres y que no se aplican en la realidad, deben producirnos  la sensación de una  herida  que sólo puede ser cerrada con la  acción política.

Luchamos por una sociedad más justa, donde lo importante no sea vivir mejor, sino vivir bien, una sociedad donde todos puedan intervenir democráticamente y puedan ser repartidos los bienes de los que  son merecedoras cada una de las personas, por ser tales.
Aunque las condiciones objetivas aparenten muchas veces acumularse  en contra de estas ideas, no significa que no haya espacio para nuestra acción, antes bien, nuestro esfuerzo y la voluntad de luchar y vencer contra lo que aparece a veces como dificultades insuperables, pueden revelar nuevos caminos que no  conocemos de antemano sino que se van descubriendo en el curso mismo de la lucha.
Para ello deberemos ser lo suficientemente firmes y flexibles para poder ampliar el paisaje que nos une, bajo este cielo que nos iguala.