Dios y la Patria nos lo demandan

Lucas Romero Manoukian[1].

Reflexiones de hoy para un mañana distinto

Si pensamos en aquellos lemas del pueblo chino que más se han popularizado y reinterpretado -a la luz de nuestra propia cultura- entre las naciones de occidente, seguramente venga a nuestra memoria aquella que sostiene que toda crisis es también una oportunidad.

Esta trillada premisa, resulta un fuerte disparador para quienes encaramos estos días el esfuerzo de pensarnos como individuos y como parte de algo más grande (además de ser pensados por otros). Proliferan en tiempos de aislamiento los nuevos canales de YouTube con tutoriales para casi cualquier cosa, las transmisiones en vivo y las notas y artículos de opinión de toda clase, primando muchas veces la intención de hablar antes que la de escuchar. Es a mi entender, de todas maneras, el ejercicio de la escritura un desafío que cuanto menos beneficiará a quienes nos animamos a compartir unas breves letras, por el solo hecho de la reflexión que su redacción nos demandan.

Pensar las crisis como oportunidades puede ser tan edificante y enriquecedor como carente de contenido y perverso, dependiendo en manos de quien recaiga (o asuma) la tarea de responder a los tres ejes interrogatorios que plantea este formulado: “¿Qué oportunidades?” “¿Para qué?” y “¿Para quién/es?”.

Nos hemos acostumbrado en los últimos años a banalizar el contenido de las metáforas, liberándonos de responsabilidades propias y ajenas mediante la invocación de analogías a fenómenos naturales (tormentas, lluvias, túneles, brotes, etc.) o de algún otro tipo. A imponer discusiones parciales o falsos dilemas, dejando de lado el enfoque integral que el estudio de nuestras realidades exige.

No caben dudas que hablar de crisis como oportunidad a una persona que se encuentra sumergida en un verdadero estado de necesidad y urgencia (de cualquier índole) es –como mínimo- poco feliz. Bien lo resume WOS cuando dice “… Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona…[2]. Coincidirán conmigo sin embargo que este virus, que comenzó siendo un problema de las clases medias y altas que viajaban al exterior y rápidamente se tornó en una grave amenaza para la sociedad toda, trajo con sí, además de muerte, dolor y sufrimiento, mucho para aprender.

Al decir “aprender” no me limito a las características propias del COVID-19. Tampoco a las formas de combatirlo o contener su propagación. Ese será, creo, un trabajo indicado para los y las especialistas médicos y científicos, a los cuales celebro le hayamos dado un lugar de relevancia como comunidad para entender y enfrentar esta crisis. Aludo aquí entonces a las lecciones de orden social que el Coronavirus nos dicta a diario. Está en todos y todas nosotros y nosotras hacer de ellas un verdadero aprendizaje ya que, de no hacerlo, pasará simple y brutalmente como una crisis feroz que engrosará los libros de historia, sumándose a la nómina de catástrofes mundiales. No es agradecer el COVID-19, es asumir las circunstancias que nos tocan para operar sobre ellas aprovechando todo cuanto positivo podamos exprimir.

Cuando más chico me costaba entender, al estudiar historia, como ciertas sociedades habían permitido -o incluso impulsado- sucesos, ciclos y figuras tan controversiales y autodestructivas para ellas mismas. La Alemania en tiempos del Nazismo[3] era uno de los casos extremos que leía, pero incluso en mi propio país no me costaba mucho esfuerzo hallar ejemplos de estas características: el vitoreo a Leopoldo Fortunato Galtieri en plaza de mayo aquel fatídico 2 de abril de 1982, la tercer victoria presidencial de Carlos Saúl Menem (2003) o la pérdida de soberanía ante los organismos de crédito internacional, etc. Bastó poco tiempo después para darme cuenta que, aunque con distintos colores, pesos y tamaños, tropezar con la misma piedra una y otra vez es para nosotros y nosotras algo casi inevitable.

Dicho esto, considero que nos urge una primera reflexión, que es la de identificar aquellas lecciones del pasado que hoy vuelven a escena frente a esta crisis. Redescubrir aquellas verdades que en algún momento supimos refrendar pero que hoy algunos parecemos haber olvidado. De qué sirve estudiar el pasado[4], de qué sirve la historia si no es para aprender de ella y no volver a cometer los mismos errores que nosotros o nuestros predecesores cometieron. Comparto en este momento las siguientes, que son las que mi memoria y la extensión de este artículo hoy me permiten, podrá usted ayudarme a continuar completando la lista:

No somos un país “de segunda”: otro término poco académico (sabrá usted imaginarlo) seguramente quepa mejor para ilustrar lo que intento expresar. No somos –como nos dijeron mucho tiempo y por momentos creímos- un país de baja categoría, del cual nunca podamos estar orgullosos. Por supuesto Argentina es también a la de los vivos y las estafas, la del vecino “policía” que está esperando el incumplimiento del otro para ajusticiarlo. Empero, eso no puede impedirnos ver como día a día se multiplican en nuestro territorio las iniciativas solidarias, que no se agotan en el aplauso conmovedor de cada noche (21 hs). Los vecinos y vecinas que se organizan para acudir en ayuda de quien lo está necesitando. El ingenio y las instituciones puestas al servicio del otro, de la otra. La mano tendida sin distinciones, encolumnados todos y todas (en mayoría) detrás de un proyecto común, el de vencer al Coronavirus. Esta solidaridad no se explica con el egoísmo de quien cree tener que ayudar a otros para salvarse a sí[5].

El Estado tiene un rol clave e irremplazable en la planificación, desarrollo y protección de la Salud Pública, así como en el desarrollo de la Ciencia y Tecnología: como no sucedía quizás desde el período posterior a la finalización de la Guerra Mundial II, el Estado-Nación ha cobrado un rol protagónico en la atención de la crisis, dejando claro entre tantas otras cosas que ni aún la persona más rica y autosuficiente del país o del mundo puede prescindir de su intervención. El sector privado puede contribuir aportando soluciones, pero la respuesta a la crisis se resuelve desde el Estado en su función de garante. No con menos política sino con más y mejor políticas.

Además de redescubrir estos conceptos, la realidad nos llama a resignificarlos y darles vigencia en la actualidad para construir hoy el presente y futuro que añoramos para el mañana. Vale decir que esta propuesta no pretende incentivar una mirada idealista o edulcorada de nuestra sociedad, y mucho menos engañar o abonar la promesa de un futuro color de rosa. Los riesgos son significativos y no está mal que tomen parte activa en nuestros análisis.

Existen conflictos de intereses que no se verán salvados mañana por la “unidad” que hoy pareciera reinar entre compatriotas. Como muestra vale la avant premier que nos entregó la preliminar discusión sobre nuevos impuestos, despidos y sectores que debieran hacer más o menos aportes para sortear la emergencia sanitaria. Hay una puja constante por el dominio de la agenda y la construcción de sentido común.

Por otra parte, con un Congreso recuperando de a poco su actividad, le han sido otorgadas al Poder Ejecutivo –en el marco del estado de emergencia- facultades extraordinarias que como contracara estimulan los excesos en el ejercicio del poder punitivo y ponen en jaque las herramientas de contralor previstas por el sistema democrático.

A mayor abundamiento, el tan ansiado proceso de integración regional y expansión de las exportaciones de nuestro país tendrá ahora que vérselas con un mundo golpeado (incluidos primermundistas) y más desglobalizado, que nos obliga nuevamente a pensarnos desde el Sur y como artífices de nuestro propio destino.

Ser optimistas frente a la incertidumbre de lo que viene es una tarea estoica. Una lucha de esas que cuestan pero que vale la pena dar. Considerada un país emergente, Argentina ha dado cátedra en su historia de la vida en emergencia. ¿De y hacia dónde emergemos?

En mi humilde opinión, no se trata de dar por perdido el 2020, sino de enfocar la mirada sobre la recuperación que queremos darnos. ¿Cuáles de las políticas sociales, sanitarias y económicas como el ingreso familiar de emergencia (IFE) y tantas otras que hoy resultan de carácter temporario y excepcional podremos mantener en nuestra lista de prioridades? ¿Será tiempo de poner sobre el tapete la propuesta de muchos y muchas de condonar deudas ilegítimas e imaginar un salario universal que garantice un piso mínimo de derechos o un sistema de salud único e integrado? ¿Podremos amparados en el principio de progresividad del Derecho del Trabajo avanzar hacia nuevas conquistas que nos acerquen a un país con mayor equidad y oportunidades para todas y todos?

Como toda crisis, el coronavirus ha corrido el velo que intentaba ocultar muchas de falencias de nuestra sociedad, y de los sectores y personas que hemos colocado en la pila de descarte (ancianos, presos, pobres, etc.).

Entre muchos factores, mi escasa formación y mi espíritu democrático me impiden concluir esta reflexión con una receta o lista de pasos que debamos seguir en lo inmediato. Los interrogantes quedan abiertos. Lo que sí, si usted tiene que recordar al menos una idea sobre este escrito, por favor que sea la siguiente: Hay muchas personas que hoy no pueden esperar. Son aquellas que viven la emergencia antes, durante y después del COVID-19. La indiferencia no es una opción válida. Nos lo debemos por ellas y por nosotros y nosotras. Dios y la Patria nos lo demandan.

 

 

[1] Abogado Diploma de honor (UBA). Director de La Economía Online.
[2] Ver “Canguro” – Wos.
[3] Recomiendo el film alemán “La Ola” (Die Welle), basado en el experimento de la Tercera Ola y dirigida en 2008 por Dennis Gansel.
[4] En palabras del escritor chileno Luis Sepúlveda: "la importancia de conocer el pasado para comprender el presente e imaginar el futuro".
[5] Ver “Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil” (Hobbes, Thomas. 1651).