Desequilibrio social

Por Sara Durán.

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La realidad como la división de escenarios manifiestamente dispares, convergen ante la mirada atenta de unos y la observación distante de otros; generando preocupación y al mismo tiempo, una enorme desidia. Problema que aqueja nuestra sociedad desde hace décadas, pudiendo darse el lujo de adecuarse a distintos contextos, pero que en esencia termina resultando ser, el mismo infortunio de siempre.

Es así que, muchas veces se naturaliza la pobreza, la violencia, la segregación del “distinto”, la existencia de privilegios y la criminalización reiterativa de estereotipos que, me atrevo a asegurar, no escapan a la inferencia de ningún lector. Siendo esta última, la que nos refleja uno de los ejemplos mas claros de fragmentación entre personas “dignas e indignas”, sin perjuicio de no ser la única demostración de las afirmaciones precedentes.

 La desigualdad de trato se manifiesta en todos los órdenes de la vida, pero cuando queda en cabeza de un agente externo, la potestad de decisión en torno a tu libertad; este análisis reviste aún mayor complejidad y relevancia. Sobre todo, cuando se vislumbra una notable diferenciación entre tipos de procedimientos dependiendo del sujeto del que estemos hablando. Como si la comisión de un ilícito surtiera efecto únicamente y resultara repudiable, si su origen reside en aquellos que representan un “foco nocivo” a erradicar dentro de nuestra comunidad. Categorización que, de ningún modo es inocente, esencialmente cuando los indicadores de la materialidad carcelaria arrojan resultados reiterativos a lo largo del tiempo.

Es por esto que, en cualquier régimen penitenciario nos vamos a encontrar con personas en su mayoría procesadas, sin condena firme, pertenecientes a un mismo sector social, con escasa formación educativa, desocupadas e imputadas predominantemente, por delitos contra la propiedad o como Zaffaroni los ha denominado en varias oportunidades, delitos de supervivencia. Vemos de este modo, como los signos de las divergencias que nos estratifican se unen en un mismo tipo de individuo vulnerable, creando un enorme abismo entre el ser y el deber ser de la legislación nacional operante.

Como una suerte de presunción inherente a quien se somete a proceso judicial, deviene la pérdida de todo derecho; yendo inclusive en contra de nuestra Carta Magna y configurando una aserción tan arraigada a la mentalidad de la mayoría, como incongruente en su trasfondo. A la que se intenta atribuir una pseudo justificación, mediante el exterminio del sujeto social responsable de la inseguridad. Sin embargo, no pasa o no debiera pasar desapercibido-en palabras de Elías Neuman- “ese grupo que escapa de todo estereotipo”, personajes que cuentan con el respeto de los miembros de la justicia, que gozan de admirable reputación pública, mientras al mismo tiempo subyacen sus miserias; quienes cuyas violaciones a la ley traen aparejado un enorme perjuicio a la sociedad, en comparación de quienes efectivamente criminaliza el sistema y a pesar de esto, son universalmente aceptables sus conductas disvaliosas; esos que no se perciben como delincuentes y sobre todo, importantes señores de alto prestigio, que jamás conocerán el oprobio del encierro.

Entonces, ¿es este sistema que, sirviéndose del poder punitivo estatal, crea la jaula perfecta que luego albergará a quienes fueron seleccionados de antemano para tal fin? La respuesta es, indudablemente, una rotunda confirmación del interrogante esgrimido. Por lo tanto, colisionamos ante la triste existencia de personas que, paradójicamente para “resocializarlas”, se las aísla; que para “normalizarlas” se las castiga, que para adecuarlas a la estructura impuesta se las busca convencer de su “desviación”, que para concientizarlas acerca del carácter reprochable de trasgresión a la norma se los oprime, violando ese mismo marco normativo con el objeto de crear individuos sumisos que reconozcan su carácter “anormal”.

Alcira Daroqui lo describía en Sujeto de castigos: “… reconociendo una vez más el fracaso en sus fines explícitos, se asume a la cárcel como lo que es y ha sido, solo como lugar de castigo, el peor de los castigos, que contiene no solo la pérdida de libertad sino, el sufrimiento físico a través del maltrato, la tortura, el trato degradante a través de las condiciones de alojamiento miserables, y de prácticas humillantes contenidas en la letra de sus propios reglamentos.”

Existe, para estos mismos protagonistas, la exigencia a la hora de volver a la sociedad de ser “personas de bien”, abstraídos de todo pensamiento delictivo, con proyecciones de un porvenir donde no haya margen de error, bajo la supervisión constante de la mirada ajena que les recuerda, sin el menor reparo, su condición subalterna. Hace un tiempo atrás, escuchando a una persona que estuvo privada de su libertad, en relación a los distintos matices que comprende el régimen de ejecución de la pena, decía: si vos en una jaula para un perro metes cinco, le pegas todos los días, no lo alimentas bien, no le proporcionas cuidados cuando se enferma; ¿Cómo crees que va a salir cuando tenga la oportunidad de hacerlo?  Frente a tan clara analogía, de quien estuvo alguna vez en un contexto de encierro, cualquier intento de objetarlo revestiría un acto inescrupuloso.

Estas reflexiones deberían, convocarnos a repensar ciertos paradigmas impuestos desde antaño y legitimados no solo por engañosos filtros por los que deben pasar determinadas conductas con la finalidad de amortizar el marco de acción del poder punitivo, sino también por todos y cada uno de los miembros que componen las instancias oficiales de control social.

Toda vez que no son más que el reflejo de una industrialización del castigo, donde la materia prima se encuentra rotulada previamente, para cumplir con una singular y excepcional finalidad. Porque después de todo, en este mundo del uso y descarte continuo, si en el proceso se sufren daños colaterales, hipócritamente nada habrá que recriminarnos como testigos de tal descrédito.

Ya que, como manifestaba el poeta, escritor y dramaturgo Oscar Wilde: “nadie lloró sobre la infame tumba del delincuente muerto.”