Democracia e igualdad

Por Maximiliano Rusconi.

Para Tocqueville había una relación fundacional y genuina entre democracia e igualdad de condiciones, entre democracia y estructura social horizontal. 

En los últimos años en la Argentina sucede algo raro en el discurso político, o mejor dicho en el discurso de los políticos: quienes más rápidamente salen a plantar la bandera en conceptos auto-dignificantes como democracia y república, son quienes con mayor convicción representan modelos socio-económicos verticales, de gran segmentación comunitaria y enorme desigualdad social.

La consolidación del sistema democrático requiere una distribución equitativa de las oportunidades. Si la meritocracia no llega recién después que el aseguramiento de las condiciones igualitarias de acceso al sistema institucional y social, se degrada a la mas inmoral aristocracia. Colocar la meritocracia antes que la igualdad es directamente criminal. 

Ahora bien, esa parificación de las oportunidades individuales no puede depender de los efectos accesorios del llamado derrame con el cual se quiere justificar al capitalismo mas salvaje y mas desigual. No podemos admitir, si estamos comprometidos con la puesta en realidad de un verdadero sistema democrático, que la supervivencia del más vulnerable dependa del grado de exceso con el cual se satisface hasta la última y banal necesidad del más poderoso. 

Defender, desde países con las dificultades que tiene el nuestro, a los modelos de concentración capitalista responsables de los niveles de desigualdad mundial que hoy suenan insoportables a los oídos del más desprevenido, no sólo es inmoral sino francamente estúpido.

Gran parte de las enormes dificultades por las cuales atraviesa toda la región y también nuestra Argentina deben ser atribuidas no sólo a errores o mala fortuna folclóricos sino a un plan central que ha encarado un nuevo diseño global de sufrimiento para muchos, medido en mayor rendimiento para pocos. 

La lucha por el desarrollo económico del país, el compromiso a favor de mayores niveles de igualdad social, la reconstrucción de la dignidad nacional deben encontrase en primer lugar de la agenda de todos, unos y otros, de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Estos puntos de partida deben ser tan iniciáticos y esenciales como nos sugiere el Preámbulo de nuestra tan olvidada constitución nacional. 

El sistema democrático no puede ni debe convivir con el hambre de nuestros hermanos, el sistema judicial no puede ser la última garantía del poderosos frente al débil, el parlamento no debe legislar para intereses foráneos en perjuicio de los nuestros, ni los grandes medios de comunicación deben faltar a la verdad para acompañar coyunturas favorables a las mezquindades de algunos y tan lesivas para el futuro de todos.

Cuesta entender las razones por las cuales estas ideas tardan tanto en ser defendidas por la totalidad de los argentinos. Para quién crea que en estas líneas hay mucho de utopía, en verdad, debo decir que sólo constituyen obviedades de partida para cualquier observador sólo interesado en el bien común.

El camino que separa una utopia de un punto de partida básico, es lo que separará a nuestros hijos y nietos de la posibilidad de vivir en un país que pueda contener con felicidad sus futuros individuales y comunitarios.