¿Cuánto cuesta mantener a un viejo?
Por Claudio Romero. Diputado de la Ciudad.
No hay dudas de que el presidente de la nación Alberto Fernández le da valor a la vida. Anticipar la cuarentena por el COVID 19 en el país lo confirma. Eligió la vida de las personas frente a las consecuencias de parar la economía. Sin embargo, sus expresiones sobre los adultos mayores no reflejan una visión compasiva sobre el final de la existencia humana.
Desde mi experiencia de trabajar de cerca con hombres y mujeres de la tercera y la cuarta edad porteños sé del peligro que implica manifestarse sobre “los costos” de la vejez. Él lo hizo en un reportaje concedido al diario Perfil. Incluso, prefiero pensar que sus expresiones allí vertidas están sacadas de contexto.
El derecho a la longevidad es un asunto que requiere estudios y análisis profundos por encima de los fríos números de la economía, la ciencia médica y la farmacología. No se puede decir, muy suelto de cuerpo, que hasta hace “treinta años atrás, teníamos que mantener a una persona hasta los 70 años. Y ahora la tenemos que mantener hasta los 85”.
Es una frase desgraciada, insensible y para nada empática con la vejez
Los tiempos cambian, hoy los mayores de 60 y 70 todavía se mantienen por sí mismos con jubilación y otros trabajos, y a veces sostienen el hogar de hijos y nietos. El envejecimiento activo es real y, con todo derecho, las personas ansían vivir más y mejor.
Seguramente el presidente se refería a la decrepitud y a la pérdida de capacidades físicas humanas en edades avanzadas, y hablaba de la atención en sistemas de salud privados o estatales de calidad. “Mantener a una persona con vida cuesta mucha plata, por toda la aparatología, la medicación”, dijo textualmente. En los restantes, el enfermo mayor padece la falta de los avances tecnológicos.
Sí, cuesta caro atender a los viejos enfermos. Pero ellos aportaron toda su vida para que al final los asistan como corresponde con ciencia y cuidados especiales. La Gerontología es consciente de la organización de un sistema científico de salud que se beneficia con creces con las enfermedades de la vejez. Quienes más aprovechan la búsqueda desesperada de la eternidad de los humanos son las instituciones médicas y los laboratorios.
La idea filosófica de vivir eternamente es compartible, y a la vez ilusoria. Los jóvenes se aferran a ese anhelo. Pero el señor presidente, es un sexagenario y puede repensar el recorrido de cada viejo argentino y las crisis que sufrieron en sus vidas. Al fin y al cabo, ellos también los votaron.
Quise hacer un ejercicio técnico actuarial y suponer que una mujer o un hombre que empezaron a trabajar en 1973 desde que salieron de la secundaria, lo hicieron durante 40 años, sin parar ni uno solo por falta de trabajo. En ese ejercicio quedó claro que aportaron cada mes el 11% de su salario para su jubilación.
Quise tener un número concreto sobre cuánto aportaron en ese lapso y saber el monto recaudado por el Estado. Fue imposible. Argentina es un país que adoramos, pero su moneda, de tan variable, ya no tiene valor, todo es muy simbólico. Las crisis económicas, las inflaciones e hiperinflaciones, los endeudamientos cíclicos, destruyeron la moneda y cualquier mecanismo que constituya el ahorro. Y los aportes y contribuciones a las cajas de jubilaciones son eso: ahorros, en pesos que se esfuman cada minuto que pasa.
Es insólito que en todo el ámbito previsional nadie piense en el financiamiento para mantener el valor de los depósitos. Nadie lo hace, salvo el Estado cuando compra acciones en empresas privadas que no son para resguardar los fondos de los jubilados.
Por eso es inútil cumplir el deseo ancestral del 82% móvil y una jubilación digna. Mucho menos en esta época en que los trabajadores activos son nada más que 6 millones y son los únicos que aportan al sistema. Los informales no existen. En ese triple déficit estructural se monta la inequitativa distribución de las jubilaciones: hay jubilados que perciben 600.000 pesos y otros 15.000.
Pero, mientras todo eso fue pasando, y todavía pasa ¿qué vivió el o la jubilada desde 1973?: se encontró con el “Rodrigazo”, aguantó una dictadura feroz y la tablita de Martínez de Hoz, lloró la guerra por Malvinas, vio estatizar la deuda interna y externa por el Banco Central, se asustó con la emergencia de guerra y la hiperinflación del gobierno de Raúl Alfonsín, sintió el choque del “Tequila”, cayó del ensueño de la Convertibilidad que creó Carlos Menem y dejó Fernando De la Rúa, sufrió la pérdida de los depósitos en los bancos en 2001 y 2002, se bancó la explosión económica mundial del 2008-2009, vio azorada la incorporación de 3.200.000 beneficiarios que no aportaron al sistema en toda su vida, padeció callado la recesión en 2014 y la debacle económica en el gobierno de Mauricio Macri entre 2018-2019.
La vida personal y los aportes de esta persona se convirtieron en papel picado. No hubo ni un gobierno que no metiera la mano en los aportes jubilatorios. El mercado de trabajo fue destrozado sistemáticamente y con él, obviamente, las jubilaciones; que se determinan por el salario y no por lo que debería ganar una persona mayor.
¿Cómo contribuir con el presidente en su preocupación? Podría generar, por ejemplo, una canasta en serio del sector, que no sea la vergonzosa del INDEC en base a la metodología del “adulto equivalente”, es decir que un hombre de 45 años vale 1, los niños valen 0,7, y el viejo vale menos que 1. Por eso se subestima la canasta básica y no resulta ser real ni verdadera para el jubilado.
Además, no todos los mayores son mantenidos por el Estado. La mayoría compra sus propios remedios con descuentos de las obras sociales, y paga los “bonos” en la atención médica. ¿Cuánto cree que cuestan los remedios de los jubilados, con el descuento incluido?
En todos los cambios de gobierno los primeros sacrificados son los jubilados: se les recortan los haberes, les cambian las reglas de juego, los discriminan, le liquidan mal a propósito para que hagan juicio y se mueran antes de cobrar. La tentación de contar con los fondos del ANSES es vehemente.
En el año en curso no habrá aumentos para los jubilados que trabajaron y aportaron durante 40 años, diez más que los obligatorios. Por una crisis cualquiera, una hiperinflación, una deuda con el FMI, los jubilados recibirán migajas. 2,3% cada tres meses para los 2.700.000 jubilados que aportaron toda su vida; 13% para los 4.500.000 incorporados por moratoria y ganan la mínima. Números fríos, sin discriminación.
Es el premio por dejar que el sudor de la frente riegue el país, y por cumplir las reglas. “¿Es justo pensar que cuesta caro mantener a un viejo?”.