Cuando en la noche bajamos de la estatura del coloso y nos rompemos

Cuando en la noche bajamos de la estatura del coloso y nos rompemos,

como si pasara un ciego y de repente nos mirara con fijeza y con desdén,

así azorados nos rompemos, digo, con palabras siempre puestas en un lugar equivocado,

demasiado cerca las palabras, o lejanas extranjeras,

y elegimos el silencio, pero el silencio es un traidor (o un buen hermano)

que nos devuelve nuevamente al lenguaje de los sueños.

Y es así, que, saliéndonos del cauce, nos rompemos,

indecisos, nos rompemos,

entre escudillas, vasos grises, partituras que deseabas conservar

porque tu madre y tus hermanos y esos árbitros de medio tiempo: tus maestros,

siempre asidos a la norma sagrada y nosotros, deseando ser nosotros,

pero muertos de antemano, un cuchillo joven en la diestra

y en la otra el propio cuello, todo el tiempo, siempre, nos rompemos;

los pequeños acertijos irresueltos en el cuerpo día a día oscurecidos,
cruzados por el viento, y la noche, la sangre y el silencio,
la sangre que el día maduró entre las cenizas de todos los mandatos
y la herida que no cierra, y los muertos solitarios, solitarios y qué haremos,

tantos muertos, cubramos todos los espejos,
que ya no puedan ver cómo nosotros

aquí tan suavemente, nosotros, entre palabras secas y silencios,

nos rompemos.

Por Nieves Viviani.