Contarle chistes a la malaria
Por Sebastián Ruiz.
Luego de más de un año, volví a contar algunos chistes en vivo. La manija y la malaria me llevaron a armar un nuevo unipersonal de Stand Up. Sólo tenía el nombre: #Tiempo. Luego, conseguí el lugar y la fecha para el estreno; pero la segunda ola llegó y yo no me voy a subir, así que lo bajé. Ya lo estrenaré, es una cuestión de tiempo, valga la redundancia.
Encontré algunos videos viejos míos ejerciendo este subgénero de la comedia y decidí subirlo a mis redes. Más allá de ello, hay uno en particular que me llamó la atención. No voy a explayarme en la composición técnica del chiste, ni el porqué de su gracia, sí voy a detenerme en la imagen final que genera el chiste: Un niño que se alegra porque encuentra un pan en la alacena que no tiene hongos. Usted pensará que eso no es gracioso y le doy la razón. Para mí tampoco lo es, al menos en aquellos tiempos.
Hoy, visto en perspectiva, puedo burlarme de esa malaria. Antes que el progre de turno que lee estas líneas termine de redactar las suyas con una denuncia hacía mí por reírme de esta cuestión, le aclaro que es mía. Yo era ese niño abriendo la alacena para buscar pan y hacerme un sanguche de algo. Porque en el conurbano sale sanguche de todo y los fideos solos, o “pastas” como le dicen en Capital, no son ricos. Los fideos son guarnición, a menos que tengan una salsita bien turra arriba.
Volvamos al pan de la alacena. El final del chiste apunta y dispara a la tragedia; pero a una tragedia que termina bien porque el pan no tenía hongos. Tocaron los días donde sí los tenían; pero resignarse jamás o el hambre seguiría ahí. Agarraba un cuchi bien afilado, o le sacaba punta contra el piso; tiraba el pan a la mesa; prendía el tubo de luz, que tardaba entre 5 y 10 minutos dependiendo de la tensión, y arrancaba la operación.
Quirúrgicamente le iba sacando el verdín hasta que veía blanco. “¡Veo harina!”, gritaban mis ojos y festejaba mi estomago: “¡Abran, loco, abran que hay pan!”. Pobre pan. Hecho mierda quedaba, parecía que lo habían atropellado dos colectivos. Pero estaba vivo y aún podía dar la última batalla. Limpiaba el cuchi, vuelta y vuelta, en la remera y cortaba el panificado, que ya no daba para más, al diome. Salubridad a marzo.
Fui a la heladera a ver qué había para armarme un sanguche. Encontré un recipiente que contenía algo de salsa bolognesa. Me imaginé con la remera manchada, pero era una buena idea de todos modos. Volví a la mesa y el pan no estaba. Claro, convivía con 7 u 8 personas más. Iba a empezar la investigación pero la bolognesa sola y fría es muy rica.
A la malaria hay que contarle chistes en la cara y sacarla a correr hasta que se meta en un almacén porque no le dio la nafta para pararse de manos.