Anhelo Voraz

Por Liliana Etlis.

Aquella tarde estaba sentada en el borde del cordón de la vereda. Era tan delgada que la luz filtraba su ropa hecha con harapos descoloridos, quitándole el brillo de su existencia, estando situada.

Recorría con la mirada sus manos temblorosas del hambre al ver aquel restaurant frente a sus ojos color miel, donde los manteles eran tan blancos como sus momentos de ensoñación. La blancura era una especie de virginidad.

Tras el vidrio del ventanal observaba el camino de la comida sostenida por mozos, platos, dientes, mandíbulas, pero solo enjugaba su boca con la saliva que se le iba acumulando en tan pequeño espacio acorde a su niñez, como si hubiese un recorrido imaginario y sombrío entre su estómago, sus fantasías y su cada vez más espeso y espumoso camino dentro de su cuerpo, de húmedo contacto con sus adentros.

Comenzó a desplazarse el fluido algo viscoso, por fuera de su abertura bucal y a empapar su rostro asustado mezclándose con las lágrimas, sus manos con dedos pequeños y uñas negras de tanto raspar latas y residuos quedaron mojándose en una baba potente.

Su saliva seguía invadiendo su pecho aún no desarrollado, inocente, latiente en vida, llegando a sus caderas, sexo, piernas con extrema delgadez hasta mojar sus pies disolviendo su carne propia.

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En el cordón de la vereda frente al restaurant, hay un charco de un líquido extraño pero potente.

Ya es un no ser.