Anhelo según Pachila (1)
Por Liliana Etlis.
Estaba sola, se sentía desdibujada, miraba su silueta cubierta en telas livianas, casi descoloridas con tonalidades que no le atraían. Fantaseaba con un color carmín, vistoso inclusive pensando en sus hijos pequeños, quienes encontraban la alegría al verla pocos minutos al mes.
Hacía tiempo que conocía los límites de sus espacios para caminar y sentirse tal vez libre. Encontró una tiza gastada en una esquina de la habitación y con ella dibujó en una de las paredes manchadas de gris y llenas de suciedad, una ventana imaginaria donde vería el mundo que por momentos deseaba vivir.
Ese día hacía mucho calor, los olores a transpiración, orín y poca ventilación, casi sin luz, la empujó a dibujar. Ella observaba desde aquella geometría rectangular, agregó con entusiasmo un profundo verdor provenientes de las algas que supuestamente tendría aquel mar sereno, donde tranquilizaba sus nervios y sonidos internos.
Su vientre hinchado de dolor acariciaba el oleaje en un devenir de movimientos, con balanceos que calmaban su rigidez.
Descubrió recorrer en esa corta orilla, caracolas marinas, quienes despedían un aroma agradable que le recodaba al incienso. La convocaban con una imagen, marcas que atesoraban haber estado en contacto con las sales de la vida.
Decidió saltar por la ventana construida con tiza gastada y se enfrentó con la inmensidad del viento, del aire puro, del agua enloquecida en remolinos, de sus pies en la arena mojada hundiéndose y rescatando pequeñas huellas inestables.
Convocó a los duendes y a los dioses invocando a Yacuruna, espíritu importante quien controlaba a todos los animales del agua, Atabey relacionada a la fertilidad, principio femenino del mundo, Amaru quien invocaba a todo lo que estaba en la vida a través de lo escrito en sus escamas, Coventina con su radiante capacidad de curar, limpiar y purificar, Airón con su carácter ambivalente, Derceto creadora de las cosas, Mamacocha quien calmaba las aguas dando equilibrio al mundo, Yemayá símbolo de fertilidad y maternidad, Watatsumi dominador de los peces y seres vivientes, Váruma quien sostenía el universo con ayuda de otrxs y Ameonna quien atraía la lluvia.
Sus ancestros habían tejido con hilos de sabidurías diversas, un entramado expresando relatos por las noches, alrededor del fuego y su tibieza, para que la memoria siga andando a través de los tiempos, sean de humo o de transparencias.
Irrumpió con mucha necesidad al océano, para refrescar su rostro y observar su imagen apenas perceptible, casi no recordaba su contorno debido al tiempo de encierro en la oscuridad. Temía que sus hijos no la reconocieran si alguna vez salía de ese espacio de encierro.
Comenzó a disolver la angustia con el agua iluminada por el reflejo soleado. Le agradeció al sol su tiempo mientras se plegaba. Retrocedió a la ventana con un paso lento y pesado, cruzó con la animosidad esperanzada solo por momentos y quedó observando la luz del afuera y del adentro, ambas se igualaban hasta quedar con la sensación de ansiedad ante la oscuridad.
Comenzó a sensibilizarse con la realidad doliente. Recordaba la utopía del buen vivir que sus hijxs vivirían en un mañana de placer y deleite.
Caminó casi sin hacer ruido, se acostó con la memoria del agua en su cuerpo frágil, cerró sus párpados y desparramó sus carnes deseosas de otro mundo posible a ser vivido.
(1) Pachila: presa política, luchadora jujeña.
