Algo en qué pensar
Por Rafael Bielsa. Embajador.
Esta semana que termina, algunos argentinos rebotamos como bolas de flipper desde el decreto 690/2020 –que declara prestaciones públicas y esenciales a la telefonía celular y fija, a los servicios de Internet y a los de televisión paga, prohibiendo a las empresas aumentar las tarifas sin autorización previa–, pasando por la posibilidad de un golpe de Estado, que fue a arremolinar su existencia crepuscular a los programas de escándalos, hasta la diáspora de Messi y el messismo de Barcelona, vaya uno a saber hacia dónde. Surcamos ese cielo como gaviotas, emitiendo sus mismas letanías agudas y estiradas, con escasa conciencia de nuestra propia gaviotez.
Como usuario harto de que las “inversiones” de las prestatarias no se tradujeran en razonables prestaciones, celebré el primer acto, mientras recordaba que en 2016 el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó que el acceso a Internet fuera considerado un derecho humano básico. Como persona atenta a la política, me importó más el análisis de los dichos del ex presidente Duhalde, que las descalificaciones. Y como hincha agradecido, le deseé a Messi lo mejor por doquiera que él esté. No daba para más, y ya era mucho.
Vivimos absurdamente como si fuéramos inmortales, decía Roland Barthes, quien murió atropellado por una furgoneta frente a la Sorbona. Supo antes, lo que iba a saber. Acaso, como seres humanos, podamos llegar a vivir 120 años o más, pero para ello deberemos recorrer todavía un largo camino, donde no son cuestiones menores qué pasará con nuestras vidas actuales y con la casa común: el planeta Tierra. De las muchas cuestiones que mostró el coronavirus, una es que hoy, lo que se dice hoy, son necesarios más material sanitario y camas que inteligencia artificial. Pero el tiempo es veloz.
En esta fase del capitalismo, el capital productivo necesita cada vez menos mano de obra humana. Muchos académicos y expertos en industria, trabajo y nuevas tecnologías, creen que las máquinas acabarán con la mayoría de los empleos en 2025, y no sólo los manuales. El experto en legislación digital Robert Cannon piensa que “todo lo que pueda ser automatizado, se automatizará”. Esto supone articular cuatro conceptos: big data; inteligencia artificial; auto-aprendizaje de las máquinas; y robótica. Los tres primeros ya están en pleno desempeño, y sus efectos nos condicionan día tras día.
Una parte del planeta (la otra, mayoritaria, sufre como en la alta Edad Media), está pasando de una era de acceso, a otra de excesos sectoriales. A muchos jóvenes, las nubes de ofertas personalizadas, afectan sus aspectos volitivos y electivos, y sienten la necesidad de tener ciertas cosas para poder ser ellos. Este proceso se verifica a un ritmo tan acelerado que no nos alcanzamos a hacer las buenas preguntas.
La dinámica lanzada a escala planetaria hacia la mayor optimización posible, la perfección y la automatización de la existencia, desafía las bases de sustentación de la condición humana, dice el filósofo Eric Sadin. Quienes resuelven, materializan o gobiernan, se deslizan desde el mercado como objetivo de análisis, al análisis del individuo como objetivo del mercado. No somos quienes vamos hacia las mercancías, sino éstas las que vienen hacia nosotros, de forma automática y a medida. Compramos con alteraciones neuronales digito-programadas.
En el largo plazo, la complementariedad que plantea la Internet de las cosas entre el ser humano y la máquina, corre el riesgo de la discordia, que se cierne sobre los matrimonios precipitados. Una organización regida totalmente por las máquinas y los algoritmos, no deja lugar al desacuerdo. Y las máquinas son diseñadas por pocos, con propósito de lucro. Queda menos espacio para los sentidos múltiples, la complejidad de los sentimientos, el arrepentimiento y la pluralidad propios de la especie. El largo plazo, hay que decirlo, es tan largo como cinco años. Así es la ciencia. Ian McEwan, en su “Máquinas como yo”, dice que “… a los jóvenes turcos no les interesaba lo que la naturaleza es, sino sólo aquello que se puede decir de ella”.
En el año 2013 –hace más años de los que faltan para 2025–, con la finalidad de elaborar un mapa de análisis y registro de la actividad neuronal, el ex presidente Barack Obama, invirtió 6.000 millones de dólares para concretar el proyecto BRAIN, a cargo del español Rafael Yuste, que abrió la posibilidad de leer mentes, manipular pensamientos, alterar recuerdos, entre otras intervenciones mentales. O sea, de almacenar y manipular cantidades inimaginables de datos cerebrales. Cerebros neuro-programados y, además, con la posibilidad de ser maniobrados. La codicia está activando glándulas exocrinas dentro de las cavidades bucales de los mercaderes del e-Commerce.
Naturalmente, todo esto tiene también un correlato ideológico. Así como hay una derecha imitativa y superficial, hay otra infatigable e intensa. Así como existen progresistas creativos y acuciantes, también los hay de rebaño y maquinales. En nuestra Patria, si hay que emitir un juicio a partir de los estímulos informativos de los últimos días, la derecha intensa le ha ganado por titulares al progresismo creativo. Es la misma semana en la que el viernes 28, de no haber sido por factores climáticos, se hubiera enviado al espacio el satélite argentino SAOCOM 1B, desde el Complejo de Lanzamiento Espacial 37, una de las rampas de despegue de Cabo Cañaveral. Desde este lugar fueron iniciadas las misiones Saturno de la Nasa y el Apolo 5. Será también el lugar de lanzamiento del próximo cohete Falcon 9 de SpaceX, la empresa de Elon Musk.
Este hito, administrado por Fernando Hisas, desde “Proyectos Satelitales” de la Conae, ratifica una trayectoria de desarrollo espacial que tiene más de 60 años. Adicionalmente, posiciona a la Argentina entre los escasos países a nivel mundial que cuentan con la capacidad de construir sus propios satélites, e implica, asimismo, la continuidad de un proceso virtuoso de producción de ciencia y tecnología nacionales, de altísima calidad, reafirmando que se pueden llevar adelante proyectos de esta magnitud desde los países en vías de desarrollo. En ese episodio hay muchas lecciones para la derecha intensa de mercado, y muchas respuestas a los interrogantes del comienzo, que el progresismo creativo podría proponer a la sociedad argentina que todavía lee y come regularmente.
Sin embargo, no falta el progresismo de rebaño que anda de la cuarta al pértigo con los teléfonos inteligentes como señal de modernidad, verdadero acompañante algorítmico-terapéutico para cursar la escuela de la vida entendida como revolución. Tampoco falta la peregrinación iniciática a Silicon Valley, para sentirse contemporáneo. Hay un malestar en la modernidad progresista, donde alternan jóvenes performistas con distribucionistas ociosos de tablet en ristre. En esa religión ciega y sorda, ya existen un Vaticano y una Basílica de San Pedro: el Silicon, y 1600 Amphitheatre Parkway, Mountain View, California, Estados Unidos, la sede corporativa de Google.
Para no combatir contra sombras, para saber gobernar y ofrecer certezas mientras se gestiona la incertidumbre, habría que pensar colectiva y solidariamente en un tecno-progresismo que dispute el monopolio de la modernidad. Que sepa que a la vuelta de la esquina espera ser creado un nuevo derecho humano: la neuro-protección. Las reglas para la utilización de las técnicas de acopio de datos cerebrales no existen, por lo que es necesario discutirlas para que la ciencia las utilice en beneficio de las personas. Implicaría que los datos cerebrales no se puedan vender, porque representan las mentes de los individuos y su intimidad. Este derecho debería regirse por la misma legislación protectora que impide la venta de órganos. El poeta John Milton escribió: “la mente es su propio lugar”.
A partir del 2025 los combustibles de origen fósil van a empezar a ser restringidos por la huella de carbono (Vaca Muerta); ése mismo año tal vez el litio que todavía no empezamos a extraer con metodologías respetuosas del medio ambiente (la cuenca rica de Salinas Grandes y la Laguna de Guayatayoc), haya sido reemplazado por otra substancia –natural o sintética–; el conocimiento ya es elitista porque tiene lucha de clases en su ADN y es necesario dar una batalla cultural para democratizarlo (Plan Conectar Igualdad); el antónimo de integración es intrascendencia (Mercosur); el ciclo energía solar – hidrógeno como vector energético debe ser visualizado, integrado y puesto en escala con urgencia (Planta de Cauchari).
En fin, un tecno-progresismo (la expresión es de Guido Girardi) que pueda discutir de igual a igual con quienes forjaron el mundo que nos trajo hasta acá, y que nos está llevando hacia otro, que nos dolerá y disgustará mucho más.