Adelanto del libro “La paternidad del mal”

Por Christian Lamesa.

Hoy 9 de mayo, se conmemora el Día de la Victoria en la Federación Rusa y en las repúblicas que componían la Unión Soviética. Ésta es sin duda la fecha más importante para el pueblo ruso, ya que se celebra con alegría la gran victoria del pueblo soviético sobre el fascismo y el terror desatado por la Alemania nazi, pero al mismo tiempo, este día se vive con la profunda emoción de recordar a los más de veintisiete millones de soviéticos muertos durante la guerra; y del mismo modo se homenajea y recuerda con gratitud a los veteranos y héroes que lucharon con valentía para liberar a su patria y a media Europa de las garras de Hitler.

Como tributo a la memoria de tantos héroes a los que toda la humanidad les debe gratitud por su sacrificio, quiero compartir con los lectores de Identidad Colectiva, un pasaje de mi primer libro “La paternidad del mal”, en el cual hago una crónica de los hechos y las complicidades que le permitieron a Hitler llevar a cabo sus planes.

En mi libro rescaté historias reales, ocultadas y desconocidas para la mayoría de las personas en occidente, en las cuales se puede ver cómo, para que exista un Hitler, tienen que haber muchos cómplices para que la maldad y el odio prosperen, pero también está la contracara y ésta es la de los héroes que se le opusieron a esa maldad y libraron al mundo de ella. Acerca de uno de esos valientes, habla el fragmento que aquí les comparto.       

Entre tanta oscuridad, hubieron destellos de humanidad

Del mismo modo en que parecía que el mal se iba adueñando del mundo y la humanidad caía irremediablemente dentro de los más oscuros abismos de crueldad y salvajismo; en medio de ese infierno, también hubieron muchísimos héroes, decenas de miles de hombres y mujeres que salvaron a aquellos, que de otro modo, sin su intervención, habrían sido más víctimas para los verdugos que a su antojo sembraban terror sobre la tierra. Muchos de estos héroes perdieron la vida enfrentando al mal y eran conscientes de que eso sucedería; sin embargo, no dudaron al hacerlo y por eso deben ser conmemorados con honor.

Un héroe de la Gran Guerra Patria, cuya extraordinaria proeza jamás debería ser olvidada, fue el piloto Alexandr Mamkin. Él era un joven soviético nacido en el seno de una familia campesina, cuyos padres murieron durante la guerra civil, quedando huérfano a muy corta edad. Alexandr se había graduado como economista y más tarde, como piloto civil, y luego de la invasión alemana a la Unión Soviética, se unió al ejército como aviador, cumpliendo misiones tras las líneas enemigas, en el frente bielorruso. 

A finales de marzo de 1944, iba a tener que cumplir la que sería su última misión. 

En el pueblo de Pólotsk, Bielorrusia, se encontraba el orfanato Nº 1, del cual era director Mikhail Stepanovich Forinko, un maestro que había logrado refugiar a un gran número de huérfanos en aquel sitio, consiguiendo mantenerlos a salvo de las tropas nazis que ocupaban la zona. Entre los niños que Forinko protegía, había judíos y gitanos, a los cuales el maestro les cambiaba la identidad para así, poder salvarles la vida, conociendo claramente cuál era la suerte que correrían si eran descubiertos por los alemanes. Pero un día a finales de 1943, esa frágil seguridad que Mikhail Stepanovich les brindaba a los niños, sería puesta en peligro por las autoridades militares que controlaban la región. Éstos pretendían usar a los huérfanos como donantes de sangre para los soldados heridos, lo cual significaría la muerte de los niños, dadas las condiciones de debilidad y mala alimentación en la que estaban. El director usó esta situación real, la mala salud de los pequeños y las condiciones de vida del orfanato, el cual carecía de calefacción y tenía muchas ventanas rotas, lo que los hacía enfermarse a menudo, como argumento para ganar tiempo e idear un plan para salvarles la vida con la ayuda de los partisanos, con los cuales Forinko colaboraba de forma secreta. 

Así fue como, con el pretexto de que sería peligroso para los soldados recibir la sangre de los huérfanos estando débiles y enfermos, los niños fueron trasladados de Pólotsk a Belchitsa, donde se encontraba el centro de abastecimiento y comando alemán. Allí se podrían alimentar mejor y estar alojados en buenas condiciones para recuperarse, para finalmente ser sometidos a los macabros planes de los nazis. 

En Belchitsa, debido a su ubicación, había más posibilidades de que los niños pudieran ser rescatados por los partisanos y trasladados a un área segura, de modo que la primera parte del plan ya se había puesto en marcha. Ahora solo restaba ejecutar la parte más peligrosa de la operación “Zvezdochka” (estrellita), que consistía en sacar a los huérfanos de las garras de los nazis y luego trasladarlos a través del frente de batalla, hacia el lado controlado por el Ejército Rojo. 

En la noche del 18 de febrero de 1944, salieron de las cabañas en las que estaban alojados los ciento cincuenta y cuatro huérfanos, junto a treinta y ocho maestras y el director Forinko. Todos mantenían el mayor silencio, entendiendo hasta los más pequeños, las terribles consecuencias que sufrirían si eran descubiertos en su escape. Todos se ayudaban entre sí, los niños más grandes, que no superaban los catorce años, cargaban en brazos a los más pequeños de tres o cuatro años, que iban envueltos en frazadas, mientras todo el grupo se desplazaba sigilosamente sobre la nieve. Mientras tanto, aviones soviéticos sobrevolaban el área del pueblo como una forma de distraer la atención de los alemanes y cubrir la salida de los huérfanos. 

Una vez que el grupo llegó al bosque, los esperaban unos cien partisanos con treinta trineos para llevarlos a la zona controlada por ellos, donde al fin estarían seguros. Los combatientes les daban sus abrigos a los niños que carecían de ropas adecuadas para el frio y los protegían como a sus propios hijos. La operación fue un éxito y los niños, junto a los adultos, lograron llegar a salvo al campamento. 

Una vez que los alemanes descubrieron la fuga de los niños, ordenaron una campaña de ataques a la zona partisana y planificaban una ofensiva aun mayor, por lo tanto se prosiguió urgentemente con la última fase de la operación, que consistía en la evacuación por aire de los huérfanos, las maestras y varios partisanos heridos, hacia la retaguardia soviética. 

La culminación de la operación “Zvezdochka” iba a estar a cargo de aviadores del 105º Regimiento y uno de ellos iba a ser Alexandr Mamkin, quien a sus veintiocho años, ya llevaba realizadas setenta misiones atravesando las líneas enemigas. Para la tarea que tenían por delante, a los aviones P-5, les habían adaptado capsulas bajo las alas, en las que llevarían a los rescatados. Además, el sitio del navegador también se había dejado libre, para poder transportar más niños en él, por lo que tan solo el piloto estaría a cargo de la aeronave. 

Los partisanos, aprovechando el hecho de que el lago Viacellie, cercano al pueblo de Ushachy, estaba congelado, improvisaron en él un aeródromo para que pudieran aterrizar y despegar los aviones. 

Los vuelos comenzaron en los últimos días de marzo y a lo largo de la operación ejecutada por los aviones piloteados por Alexandr Mamkin y su camarada Dmitry Kuznetsov, consiguieron poner a salvo a más de quinientas personas, entre los integrantes del orfanato, otros refugiados y partisanos heridos. También fue de gran utilidad esta operación aérea para llevarles a los combatientes gran cantidad de provisiones y municiones; y así poder mantener sus acciones guerrilleras tras las líneas alemanas, en el territorio ocupado. 

Los vuelos se hacían al amparo de la noche y el último de ellos lo realizó Alexandr Mamkin, el 11 de abril de 1944. Para esa fecha, ya estaban a mitad de la primavera y la capa de hielo del lago comenzaba a derretirse, lo que dificultaría el despegue del aeroplano, a bordo del cual iban diez niños y tres adultos, además del piloto. 

Alexandr les habló a los niños antes de subir al avión y les contó que él también había sido huérfano y sabía lo triste que esto era y que no tuvieran miedo, porque él los cuidaría y los iba a llevar a salvo, del lado soviético. Luego de esto, el joven aviador logró realizar un despegue seguro. 

El vuelo transcurría en calma, bajo una luna que iluminaba la noche, cuando a punto de cruzar la línea del frente, un avión alemán apareció de la nada y lanzó una ráfaga de balas sobre el P-5 soviético. Los proyectiles, afortunadamente, no impactaron en ninguno de los pasajeros, sin embargo ocasionaron una fuga de combustible, provocando un incendio en el motor de la aeronave. En una situación como esta, los pilotos tenían instrucciones de elevar el avión lo máximo posible, para después saltar en paracaídas, pero Alexandr sabía que si hacia eso, el salvaría su vida y los niños morirían, y él iba a hacer lo imposible para arrancarlos de las garras de la muerte. Así fue como este heroico aviador siguió aferrado a los mandos del aparato mientras las llamas iban ganando terreno en el propio habitáculo del piloto, la temperatura se volvía infernal y el fuego empezaba a quemar su ropa y la carne de sus piernas. A pesar del agónico dolor, Mamkin buscaba donde aterrizar y evitar la muerte de los pequeños huérfanos a los que él había prometido cuidar. Algunos segundos después, los cuales debieron parecer horas, Alexandr consiguió aterrizar el avión en llamas, en un claro al lado del lago Bolnyro, ya del lado soviético, cuando el fuego ya estaba llegando a donde se hallaban los niños, a algunos de los cuales se les empezaba a quemar la ropa; pero todos los pasajeros estaban a salvo y los huérfanos más grandes, junto a una maestra, sacaron rápidamente a los más pequeños y a dos partisanos heridos, de la trampa mortal en que se había convertido el avión. Uno de los niños volvió rápidamente al aparato en llamas para buscar al piloto que les acababa de salvar la vida, al interponer su cuerpo entre la muerte y ellos; pero él ya no estaba en el avión; de algún modo, a pesar de las terribles quemaduras que había sufrido en todo su cuerpo, logró salir por sus propios medios y yacía tendido en la hierba con lo que quedaba de sus prendas de piloto aun humeantes. Alexandr, al percibir la presencia del muchacho que se acercaba a él, le preguntó: “¿Los niños están vivos?”. Esas fueron las últimas palabras de este héroe, quien murió seis días más tarde en un hospital, al que lo trasladaron los soldados soviéticos que habían acudido al rescate de los pasajeros. 

Los médicos que lo atendieron, desde el primer momento supieron que era imposible salvarle la vida debido a la gravedad de sus heridas y por esto mismo, nunca lograron explicarse cómo fue posible que Alexandr Mamkin consiguiera aterrizar ese avión y sobreponerse al inimaginable dolor que le debieron causar estas quemaduras, algunas de las cuales habían llegado a quemar los huesos de sus piernas.  

El joven piloto que había quedado huérfano siendo pequeño, murió sin haber tenido hijos, sin embargo iba a ser un padre para los diez huérfanos a quienes él les regalo su vida, durante esa fría noche de abril.